En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Recuperados y en shock


Aguacate y Mandarina tienen bastante tiempo fuera de las garras de sus secuestradores; sin embargo no se han atrevido a seguir con sus impulsos literarios, dado a un bloqueo por tanto encierro. Sólo piensan en sí mismos, en sus fortunas e infortunas, en sus dolencias y alivios, en sus amores, amigos y desamores. Se les ha acabado la energía y necesitan recargar...

¡Coraje!

Mientras, los malvados secuestradores, también intentan seguir adelante con sus maléficos planes; aunque parece que sin el gozo de tener cautivos a grandes personalidades, también sus ánimos de escritura han mermado...

¡Coraje!


Y sólo que yo, un humilde portavoz... con Trompi

¡Coraje!

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Villanía

Los secuestradores están haciendo de la suya. So pretexto de soltar a Aguacate y Mandarina hasta que publiquen su lado "B", están tardando lo más posible en publicar. Y ahora han inventado una nueva modalidad de lado "B": el lado "B" continuado.
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REFORMA (FINAL LADO B)

Se le quedó mirando fijamente con la esperanza de obtener alguna respuesta.
Ella no podía hacer nada; no quería hacer nada. Nunca había prometido nada a nadie, ni tendría tampoco la obligación de cumplir con algo. Sus molestias se convirtieron en enfado.
“¿Esto es lo que tienes que ofrecerme? ¡No me hagas reír! ¿Vacío, soledad y desesperación? Eso lo tiene cualquiera y sin que alguien se lo otorgue” Se dirigió a la puerta al fin resuelta a dejar esa farsa. ¿Reforma? ¿En qué había estado pensando? Darle una oportunidad a quien sabía que no valía la pena; había sido una gran torpeza. Ya me voy a reformar: la frase maldita que había sido incrustada en su cerebro -por alguien que ya no estaba- había cobrado una única víctima, sin haber sido ésa la intención primera: Ella. Tomó el picaporte de la puerta, cuando él se acercó y la alejó con una mirada aterradora.
Se tornó salvaje.
La aventó y la volvió a aventar hasta que la tiró al suelo. Cayó sobre ella. Ella pataleó, arañó y mordió. Él era un mero peso muerto, sin voluntad ni razón; le tapó la boca y la nariz; ella seguía luchando. Punción, dolor, sangre. Silencio.
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Continuará con: "NO LA MATÉ, LA HICE CACHITOS"

martes, 13 de noviembre de 2007

Negociación


Los secuestradores de Aguacate y Mandarina están en negociaciones. Todo se pone peliagudo porque nadie cede del todo. Los secuestradores se han agarrado del pretexto de que los lectores quieren un final "B", así que esa será la última de las condiciones. A pesar de ello, Aguacate y Mandarina ya no están incomunicados y en breve podrán hablar de sus experiencias.

Aquí presentamos quien ha estado ayudando con el rescate:

Ajito y Sombrita.

lunes, 5 de noviembre de 2007

El final del secuestro

Al fin han pedido el rescate de Aguacate y Mandarina. ¿Pueden creer que no lo habían pedido? Suponemos que los secuestradores tardaron tanto tiempo porque querían darse el lujo de publicar todas las entradas posibles. Como ésta es la última, ahora sí están dispuestos a negociar el rescate; sin embargo -claro que gozarán del poder en tanto puedan- piden como condición que sea leída esta última entrada, analizada, discutida y puesta en tela de juicio. Los secuestradores prometen responder a todas sus dudas en breve.
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Reforma
(final)
“¿Y qué hacemos?” Vio cómo se levantó y se acercó a ella. ¿Qué se creía? No había sido más que un ingrediente dentro de su vida académica. Jamás había dado pie a nada, ¿o sí? Empezaba a recordar. Alguna noche, alguna fiesta como tantas. Alguna invitación mal dirigida. Algunas personas indeseables. Alguna decepción amorosa con sed de venganza desesperada y hueca. Él, ella, bailando, alcohol, luces bajas, calor, humedad, cosquillas, risas, seriedad, silencio. Su número telefónico escrito en un papel, ¿un cuaderno? Ropa por acomodarse. Ojos sensibleros separándose de ella. ¿Qué? Se sentó de golpe. Miró el reloj de la casa. Marcaban las doce y media. ¿Cómo era tan tarde?
“¿En verdad recuerdas eso? Pero si fue solamente un rato, nada…No, yo no dije eso… ¿Hice eso? Pero si así soy siempre… ¿Con los otros? ¿Cuáles otros?... ¡Ah! ¡Son mis amigos! ¡Ellos sí son mis amigos! No como…” Se contuvo, era tarde, no sabía en dónde estaba. No podía pelear con un desconocido en medio de la noche. Un desconocido. ¡Qué idiota! Su autorreforma le había resultado en castigo; ella sola se había puesto ante la multitud iracunda para ser condenada de la forma más severa. Lo veía voraz. Se lanzó contra ella; la tumbó en el sillón. Su lengua mojaba, sus manos pellizcaban. Se ahogaba. Era incapaz de gritar.
“¿Y tu madre?” No parecía haber escuchado esa pregunta. No pudo contra la fuerza oculta, la cual ya había experimentado horas antes. Venganza. Revancha. Reforma. Basura. Eso fue todo.
“Me quiero ir ahora.” Por fin lo había podido decir, aunque bastante tarde ya. Miró el reloj; eran las tres de la mañana. Vio arrepentimiento y sueño en él. Bostezó y desapareció. Al cabo de unos minutos, regresó con cobijas y almohada. Las aventó al sillón, apagó la luz y se retiró. Ella se acomodó en la que iba a ser su cama y se acostó. Tenía frío, vacío y pena. Quiso convertirse en sillón, cobija o almohada; poco faltaba para serlo. Escuchó los sonidos provenientes del cuarto: preparativos y oscuridad. Se levantó del sillón y se dirigió a su habitación. Entró, se acostó en la cama y lo abrazó. No quería estar sola. Compartieron calor y aliento. Olían bien, sabían bien, se sentían bien. Durmieron.
Una puerta se escuchó cerrar; ella abrió los ojos. Se levantó y salió de la recámara. Él seguía dormido. Tomó una ducha rápida y se vistió. Él apareció. La miró.
“Debes apurarte, ¿no tienes que ir al trabajo?...Bueno, si quieres te espero” Salieron juntos. No había mucho que decir. Parecían un par de desconocidos caminando en la misma dirección. Llegaron a una avenida grande. Él le dijo que sólo era cuestión de que ella tomara el camión que pasaba por ahí y que él tenía que cruzar.
El camión se detuvo.
“Te llamaré. Estaremos en contacto, Helena.”
“Adiós Raúl.” Ella sonrió y se subió al camión sin voltear.

lunes, 29 de octubre de 2007

Secuestro V

Aquí, sin ningún contratiempo, aunque sí negociando la liberación, aparece la quinta entrega de esta saga, quinta, que no última.
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REFORMA
(Parte cinco)

“¿Recuerdas la primera vez que me dejaste plantado? ¿Lo recuerdas bien? ¿Sabes cuánto tiempo te esperé? Cerraron la cafetería, cerraron el cine, me quedé sin trasporte. No llegaste, ni llamaste. Yo te llamé después. Acordamos vernos de nuevo la semana siguiente; tampoco llegaste. Esa vez sí me preocupé por ti; pensé que algo te habría pasado. Llamé a tu casa y nadie contestaba. Llamé más tarde desde mi casa y ahí sí me contestaron. Juro que fuiste tú. Colgaste al escuchar mi voz. Me enojé un poco, pero luego pensé que no me habrías reconocido o que te daría tanta vergüenza no haber llegado, que preferirías no hablar en ese momento. De verdad no me hubiera incomodado alguna disculpa tuya. Dos años después, volví a intentarlo. Te llamé e hice otra cita. Te invité al cine. Te oías entusiasmada y yo me entusiasmé también. Me vestí lo mejor que pude, llegué temprano. Estaba dispuesto a ver la película que tú quisieras, así fuera de esas en donde sólo hablan. Estuve afuera del cine por una hora. Luego llamé por teléfono a tu casa. Esta vez me contestaron casi de inmediato. Era tu mamá, creo, y me dijo que habías salido conmigo. Me quedé extrañado; ella también. Después pensé en irte a buscar a alguna parte, pero no sabía en dónde. Caminé un poco y no tardé en escuchar tu risa, sí, era tu risa. Voltee y te vi. Eras tú y un muchacho. Me dio pena y me escondí. No quería que vieras mi ridícula espera. Tampoco quería que él me viera y se comparara conmigo. Los vi alejarse muy acaramelados. Sentí mucha pena; me sentí utilizado y estúpido. Esperaba que no me hubieran visto. Después me llamaste, creo que fue a la siguiente semana. Me pediste disculpas por no haber asistido a nuestra cita y que te había surgido algo muy urgente y que hasta creíste haberme visto. Yo lo negué. No iba a aceptar mi debilidad por ti, ni mi debilidad humana. Decidí dejar todo por la paz. Pero meses después me llamaste. Dijiste que querías reivindicarte y fuiste tú quien me invitó a tomar un café. Llegué puntual. Pensé en tomar revancha y no ir, pero luego pensé en todas las posibilidades que te habrían inclinado a volver a verme. Me senté en una mesa para dos y pedí un té de manzanilla, porque yo no tomo café. Esa vez esperé solamente cuarenta y cinco minutos. Estaba dispuesto a irme, cuando apareciste tú con tu cara de lo siento y algún tipo de mueca que semejaba una sonrisa. Me dijiste que ibas de rápido, que no podrías quedarte y que si querría que me pagaras el café. Te dije que no habría problema, que yo tampoco podría estar mucho tiempo ese día y que sólo había pedido un té. En cuanto escuchaste eso, te despediste y te alejaste lo más rápido posible. Me quedé sentado quince minutos más; trataba de planear mi salida de ese lugar sin sentir las miradas de los meseros, que seguramente se burlarían de mí. Sólo pagué y salí. Cuando tuve un pie afuera, te vi ahí, allí, tan cerca, con otro muchacho. Me llené de celos. Quise por una vez encararte, pero me contuve. Resolví no volver a llamarte; sin embargo esta vez la tentación fue grande y lo hice de nuevo. Me contestaste y me dijiste que esta vez no sería como las anteriores, que sí estarías presente. Y aquí estamos, al fin solos. Te enseño mi mundo para que dejes de juzgarme y para que veas lo que puedo darte.”
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Continuará...

lunes, 22 de octubre de 2007

Secuestro IV

Una extraña infección atacó a los secuestradores de Aguacate y Mandarina; sin embargo nuestros héroes también cayeron víctimas de tal extraña enfermedad. A pesar de tantos contratiempos, fiebres y dolencias, los supuestos amigos, han logrado una nueva entrega.
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Reforma
(cuartaparte)
“Con que este es tu cuarto, es grande” Le dio una silla para que se sentara. La silla estaba tibia e incómoda. Él prendió su enorme estéreo e introdujo un CD de música clásica con efectos de agua al fondo. Quería reír; no podía creer que alguien de su edad oyera esas cosas. Tal vez se lo había prestado su madre o, en el mejor de los casos, se lo había robado a su abuela. Se contuvo lo más que pudo. Él la miró con extrañeza. Era la primera vez que la veía contenta.
“No, sí me gusta. Es que me recordó algo, algo sin importancia sobre unos amigos que no conoces.” Estaba a punto de no soportar más, tenía que encontrar un buen pretexto para salir de ahí. Pero estaba en desventaja; no sabía con exactitud en donde se hallaba. Si lo distrajera, pidiéndole un vaso de agua y saliera corriendo o si alegara un dolor de cabeza, pero ya la había visto contenta; ya tenía más confianza en sí mismo. Se sentó frente a ella y le tomó la mano. Hizo una mueca y trató de soltarse. Inexplicablemente la mano había cobrado fuerza y la sujetaba con ímpetu. Por más que jalara, era imposible soltarse; sus dedos estaban cada vez más aprisionados. Apretaba tanto que sentía los latidos de su corazón en las uñas. De un momento a otro se empezarían a poner morados hasta que perdieran la circulación y hubiera necesidad de amputarlos. Sí, eso sería mejor, para ya nunca tener la sensación de no poder salir cuando ella quisiera, pero claro, tiraría sus dedos lejos; para que él no pudiera quedarse con recuerdo alguno. Finalmente la soltó. Le ofreció un vaso de agua. Salió.
Tal vez ése sería el momento adecuado para huir sin decir palabra. Ya no le importaba en donde se encontraba; hallaría alguna avenida principal y ya allí, podría moverse con facilidad. Era cuestión de abrir bien los ojos.
Se levantó y tomó sus cosas. Se asomó por la puerta. No había rastro de él, ni siquiera se oían vasos, agua o pasos. Le pareció extraño, pero poco importante. Seguramente había mentido y estaba encerrado en el baño, poniéndose mucha loción o rascándose las encías con hilo dental. Salió de la habitación; caminó hacia la sala. Ahí estaba él.

martes, 16 de octubre de 2007

Secuestro III (e intento de escape)

Aguacate y Mandarina estuvieron a punto de escaparse y publicar en su espacio, por desgracia sus supuestos amigos -los secuestradores- se dieron cuenta y lograron apresarlos nuevamente. Por este inconveniente, su publicación se ha atrasado un día; sin embargo, finalmente, está aquí.
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Reforma
(Tercera parte)

“¿Aquí vives?” Tragó saliva. Sudor, sí, sudor. La casa parecía vacía. Inaugurarían algún tipo de lecho nupcial entre juguetes de la infancia o posters baratos de mujeres con implantes. Quiso detenerse, pero ya estaba adentro. La hizo sentar en un sillón bastante mullido y esperar. Escuchó voces que se acercaban. Frente a ella se presentó una mujer.
“Mucho gusto señora…sí, nos conocimos en la universidad…sí, hace mucho que no nos veíamos…sí, claro…no, muchas gracias, acabamos de cenar…sí, también fue una sorpresa para mí…sí, adelante, muchas gracias.” Tuvo suerte. No permaneció mucho tiempo platicando con ella; sin embargo el cinturón de castidad se había marchado. Se encontraba extrañamente relajada. ¡Claro! Por fin había podido hablar en muchas horas.
Se quedó sola un tiempo. La sala estaba llena de pinturas de pueblitos, carpetas y figurillas de porcelana, no sin faltar el mueble de la televisión y el estéreo, con aparatos, claro. Él se apareció frente a ella.
“Sí, si quieres.” La condujo a su habitación, estaba muy relajada; no vio ningún peligro en ir. Le enseñaría su colección de Hot Wheels o sus juguetes de acción de G.I. Joe. Tal vez estaría todo lleno de papeles y documentos de trabajo o le enseñaría en la computadora, con volumen mínimo, por supuesto, la película porno que más le gustaba. Eso sería buen pretexto para zafarse de ese tipo.
La puerta estaba abierta.
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Contunuará la próxima semana, si no hay algún inconveniente más...

lunes, 8 de octubre de 2007

Secuestro II

Como lo prometido es deuda, los malévolos dizque amigos de Aguacate y Mandarina siguen tomando posesión de este sitio y publican ahora la segunta parte de esta saga.
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Reforma
(parte dos)
“¿Una sorpresa?... ¿Se canceló tu compromiso?... ¿Lo cancelaste tú?...¡Divino!” Zalamera idiota, incapaz de decir que no. Deseaba haberse mordido la lengua antes o, por lo menos, en el momento de la dichosa sorpresa. Seguramente todo estaba planeado; seguramente era él, el que había estado jugando con ella todo el tiempo. Todo por el riesgo, todo por la aventura, todo por la nostalgia inventada. Veía su cara llena de orgullo y alegría, con intención de soltar una imprevista mordida en su mejilla y atacar los nervios de su rostro. Sonrió.
Salieron del restaurante sin rumbo fijo. Él tomó su mano. Sudaba. Parecía que pronto se convertiría en esponja. Le daba aún más asco imaginar la probabilidad de que fuera una gelatina gigante sabor durazno (odiaba el durazno) y que, cuando nuevamente él quisiera acercarse a ella, tendría que probar más sabores desagradables, sin posibilidad de echarse para atrás.
Las calles, primero luminosas, se fueron tornando oscuras y frías.
“¿Dónde estamos?” Empezaba a sentir temor. Quizás esa apariencia de tonto ocultaba algo peor. Quizá la aventaría en algún callejón oscuro y llamaría a sus secuaces para algún ataque masivo. Quizás en la próxima esquina se encontraba algún pulgoso hotel con cámaras descaradamente ocultas y allí la obligaría a hacerle todo lo que siempre se había negado a hacer. Quizás simplemente se iría corriendo y la dejaría a su suerte, para burlarse después de su fechoría. Se detuvieron enfrente de una puerta blanca.
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Continuará...

lunes, 1 de octubre de 2007

Secuestro

Los amigos pasajeros de Aguacate y Mandarina han secuestrado la autoría y publicarán por entregas en este espacio.
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REFORMA
(1ra parte)
Sentados uno frente al otro, arropados en aromas neutros. Los cabellos relamidos y las sonrisas huecas.
“Me dio mucho gusto volverte a encontrar.” Si supiera que la venganza no es dulce, que acrecienta el vacío. Si supiera que tampoco es bueno ser herramienta.
“Muchas gracias por la invitación, aunque me hubiera gustado que dispusieras de más tiempo.” Sólo deseaba salir de allí, el aburrimiento la mataba. Tan pretencioso, tan cerrado y cuadrado. Sus pensamientos se remontaban al vacío de una burbuja hecha por el jabón del baño, translúcida, divertida. Flotaba gracias a su aliento y al vientecillo que entraba por una ventana. Cayó y permaneció por la mitad alrededor de diez segundos, hasta que dejó de existir como tal. Entonces tuvo que volver a su cita.
“De verdad me hubiera gustado mucho seguir conversando contigo. Tu plática es refrescante.” En su memoria estaban guardados pedazos de queso rancio y manteca solidificada en congelador. Mal olor, malos humores. Su apetito se había ido con la primera probada de sus labios cobrizos. ¿Era una mordida lo que hacía que sangrara su labio?
“Voy al baño y ya nos vamos.” La cuenta le valía un comino, no dejaría ni la propina. Sí, se desquitaba con quien no debía, pero la obligación de la buena cara le impedía cualquier tipo de amabilidad. Caminó con paso lento, esperando ser contemplada, y se metió al sanitario. El espejo no la dejaba mentir más; le daba asco y se daba asco a sí misma. Ya lo había hecho y no habría más que hacer. Ahora sólo restaba despedirse cortésmente y, de ser posible, no volver a verlo jamás. De nuevo una pompa de jabón apareció entre sus manos. Le sopló suavemente, se estampó en el espejo y de inmediato reventó. Salió de allí resignada y algo contenta. Se sentó y él tenía una amplia sonrisa.
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La siguiente entrega la próxima semana. Continuará...

lunes, 24 de septiembre de 2007

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Mandarina fue la autora esta ocasión.

Pensando un poco en sí misma y en otras tantas cosas, Mandarina pidió la revancha e intentó un pinino que espera que les guste.
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Quiebre
Cuelga el teléfono. Última llamada perturbadora. ¿Será posible? Se ha olvidado de cuánto y cómo. Ya no queda nada. Mejor desconecta el aparato y hace que sus vicios se refuercen. Los antiguos vicios, por supuesto, los que sólo ella poseía. El cable separado de la caja mágica y comunicadora. Ahora sólo tiene un juguete más, como cuando niña: ligero y mudo. No hay necesidad de que los demás se enteren de inmediato. ¿Alguien más sabía de su existencia? Responsabilidad de dos, promesa de dos. Nunca hubo juicio, ni testigos; nunca hubo viento al cual gritarle lo que hacían.
Se hizo el vacío. Chupada, revuelta, encogida, absorta. Sin cortinas, sin cuadros, sin muebles, sin oyentes. Las ondas se perdían sin chocar con nada. Si la última vez no hubiera sido tan simple. Los mecanismos siempre ágiles, las miradas torvas, las jugadas. Igualdad jamás. Siempre había un ganador y un perdedor impertinente que osaba pedir una revancha. Casi siempre era concedida, para luego perder sin compasión. Reflejos solamente. Pero la insistencia no se desvanecía.
Cerró los ojos un momento y sintió cómo todo a su alrededor la mecía; las paredes trataban de consolarla y la animaban para que no se diera por vencida. La incitaban a otra persecución tormentosa en la que, muy probablemente, tampoco tendría victoria. ¿Era el desprecio su móvil más profundo?
El teléfono latigaba sus corvas; pedía ser conectado. ¿Otra llamada acaso? Furtiva y breve, para pedir perdón o permiso. ¿Y si no era buen día? Olvidaba todo tan rápido siempre. Desde la primera hasta la última vez. Su liga al presente era lo que la mantenía viva. El pasado, borroso e insignificante, no le tenía reservada ninguna sorpresa. El futuro, en cambio, poco podía hacer por ella. Necesitaba, más que nunca, porque era ahora. Ahora recuerda, ahora viene, ahora cambia, ahora interviene y quiere actuar ahora. No flotar, no caminar, no yacer, actuar. ¿Podría lograrlo?
Conectó el teléfono de vuelta. Esperó tal vez tres segundos para marcar. Los sonidos nunca cotidianos ametrallaban sus oídos; la respiración contenida. Una voz: su voz.

Él en reclamos de ella. Él separado de sí mismo para poder controlarlo todo. Él, sin éxito, sucumbió a los designios más estúpidos de la especie. Nunca lograba autenticidad en lo que hacía, menos en lo que decía. Esta vez sí sería la última. Esta vez no habría marcha atrás. Porque había aplazado demasiado, había caminado hasta el cansancio, había gastado saliva y seducción en una roca. Así parecía, una roca bien tallada, incapaz de mostrarse tal cual era, sin reservas. Pura apariencia y nada más. ¿Quién dijera que debajo de tanta luz prístina pudiera haber no más que torpezas y tosquedades? Jamás una sorpresa o alguna muestra efusiva. Como si eso fuera causa de quebrantamiento de personalidad. Jamás cedió; jamás cedería.
En sus recuerdos no quedará nada. Algunos chistes, algunos movimientos adecuados, un poco de tiempo rellenado con más tiempo. El presente era idiota y el futuro luminoso.
El teléfono al fin estaba callado. Se podía oír el crujir de sus zapatos y los malestares de su estómago. Ahora tenía la libertad de prestar atención hasta de lo más mínimo sin ser interrumpido. La simplicidad que siempre había anhelado estaba tomando posesión de su mente. Sin molestias. Se estiró, se levantó y se alejó. No quería estar viendo ese aparato todo el tiempo. Ya no más.
El teléfono sonó. Dudó en contestar, mas sólo llevaba unos cuantos pasos con destino fijo. Regresó y contestó. Sollozos: sus sollozos.

El mismo cuarto. Nuevo cuarto. Peticiones sobre las sábanas bien estiradas. Rodillas y codos. Uñas rotas y ojos planos. Si la puerta fuera abierta en ese momento, no habría mucho que ver. Dos seres reproduciendo con sus físicos lo que se les habían dicho que se debía hacer, sin otra palabra para describirlo que rutina. A pesar de sus dotes, a pesar de sus exquisiteces, a pesar de tener la envidia de muchos, sus cuerpos sólo chocaban en rechinidos sordos, casi risibles, como pedazos de pollo crudo.
¿Qué los tenía en esa constante lucha? Ni obligación, ni placer, ni venganza. Dos solitarios que cruzaron camino y no encontraron otra cosa mejor que hacer que verse de vez en cuando para una charla sosa y una distracción repetitiva. Ni uno ni otro estaba contento. El hilo era más resistente que sus emociones calladas a fuerza de educación de muchos años. Piedras apiladas y embonadas con esmero. Así les enseñaron a actuar. No tenían por qué faltar a la regla. Era tan normal. Era tan tranquilo. Era lo mejor.
Estaban ahí nuevamente. Tras muchas promesas y pocas expectativas de parte de él: El movimiento constante, su latido, su desfogue sin sorpresas.
Ella insistió, así que tendría que empezar el juego. Sentados en pasmo. Se acercó a él y tocó su hombro, recorrió su brazo y llegó a sus dedos. Los lamió, los succionó, los mordió. Manipuló su cuerpo con la mano prestada. Él quedó frío de momento. Jamás había sentido intención alguna en ella. Un calor que arrebató su cabeza hizo que se convirtiera en monstruo, tan ávido y vigoroso. Ella lo paró en seco. Se alejó de él; se notaba un rictus en sus labios. Contención:
La probabilidad del deseo y la pasión consumados. Una imaginación caminante que no daría pie a ningún tipo de paz mental. Obsesión e ideas repentinas jamás concretadas en acciones. El mejor y más amargo recuerdo para ambos.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Al parecer este texto fue escrito por Aguacate, con ayuda de su viejo amigo Capulín

Aguacate pidió el turno para escribir esta ocasión, pero como no tenía muchas ideas, le pidió ayuda al viejo Capulín. Capulín es un experimentado árbol, siempre encargado de resistir heladas, proteger a los niños y dar pequeños trocitos de sabor. En este momento tiene la gran misión de ser guía y protector de Aguacate. Últimamente se le ha visto enfermo, no se sabe exactamente de qué. Se espera su pronta recuparación.
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El viejo
Quién sabe a qué mundo se referirá el viejo. Ya nadie se acuerda, ni le hace caso. Vendrá del sur o vendrá del norte. A veces les da la impresión de que ni él mismo lo sabe. Pero el viejo es listo. Sentado en el sillón de hace tantos años, su inteligencia ha quedado intacta con el tiempo. Recuerda cómo una vez destruyó algo hermoso y luego intentó repararlo:
El viejo no era viejo. Él siempre tan callado, incapaz de dejar que acaso alguna de sus pestañas expresase algo. Miraba de reojo las Siluetas, que paseaban a su alrededor, con un sabor en su lengua, ácido y a medio cocer. Su paladar se henchía de gusto por las sorpresas ofrecidas entre algunos mármoles. Las Siluetas seguían transitando, sin éxito para ellas, pues él seguía concentrado en la emergencia de su boca.
Algún ruido extraño llegó a sus oídos. Las Siluetas desaparecidas y las cortinas haciendo globos al compás de los vientos. Un perfume suplía ahora a las Siluetas; lo aspiró fuertemente: Casi tan bueno como los sabores remanentes. ¿Dónde estaban ellas? Movió los dedos ansiosamente; las buscaba; las necesitaba. No tenía control sobre sus dedos. Se mecían, se estiraban, se doblaban, se clavaban constantemente en la madera, el cartón, el suelo y todo refugio duro que apareciera en el espacio.
Las Siluetas volvieron sin dar tiempo a ninguna recuperación. Los dedos se engarruñaron abruptamente, sin poder volver a su posición original. Él volteó furioso. No podía permitir que se le viera tan contento, tan desinhibido y relajado. Quiso gritar, quiso golpear, huír. Infamia. Sus dedos se ablandaron y retrocedieron a la mano. Su boca se abrió y los dientes se salieron de su lugar, dispuestos a salir disparados hacia las Siluetas, los nuevos enemigos, pero él interrumpió el ataque. Mordió sus labios; los relajó. Las Siluetas se acercaron y dejaron caer su dulzor. Tibieza. Calidez. Calor.
Pero las Siluetas tomaron formas angulosas y perversas. Ansiaban tenerlo todo, para luego desecharlo de inmediato; ya usado; ya vacío. Él lo sabía, mas no se resistiría jamás, porque sus dedos eran los que controlaban todo. Voluntad dactilar. Los dedos, antes ansiosos, tenían momentos de gloria encarnada en violentos enjambres silentes. Ninguno de los tres entes arremolinados en cada uno decía nada.
Tormenta. Su voluntad se hizo presente. Mandó zarpazos a las contrincantes y a sus propios dedos; deseaba nunca haber tenido dedos, ni ojos, ni oídos, ni nariz.
Siluetas fermentadas, ágiles; tan impacientes que tomaban forma humana.
Dos pares de ojos vidriosos y rojos se encontraban más que atraídos. Reposaban los unos en los otros. Mezquindad. Acaso un trazo de tristeza dorada caía de ellos. No más. Los párpados cerrados. Qué mejor que alejarse de algo dejándolo de ver; sin embargo las presencias constantes mermaban las convicciones.
Párpados abiertos. Él. Ella.
El viejo se levanta. Mira por la ventana. Se sienta de nuevo en el sillón, víctima de sus dedos, víctima de las Siluetas, víctima de él mismo. ¿No era el viejo como ese sillón? Una cosa, un objeto que todos han de mover, pero algo tan acabado que ya nadie quiere usar. ¿Ella? Tampoco ella.
O quizás.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Tic Tac

Aguacate y Mandarina no han discutido nada esta ocasión. Esta vez Mandarina ha tomado la ventaja artística y se ha dado a la tarea de escribir una narración interesante, fuerte y sugestiva.
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Tic Tac Tic Tac Tic Tac
Se sentía ofendida de mil siglos. Se sentía aterrorizada de las vulgares palabras, pero aún se sentía. Una agresiva mirada, el suelo mojado, cabellos saltando, pilastras, techo, polvo. Tenía envidia de las otras; tan libres, tan rectas. Sin razones para explicar, siempre hacia adelante en el andar. ¿Quién se lo hubiera impedido? Nada.
Estaba simplemente dispuesta a todo. Miembros fuertes, dientes nuevos y el sol, que atravesaba sus mejillas, carcomiendo el brillo del cabello; sin embargo estaba.
Se sentaba cada tarde en espera de la hora de la cena: el único recuerdo grato que le quedaba de muchos episodios fallidos, pero su sorpresa sería grande algún día, cuando le sucediera lo que con tanta ansia y temor esperaba.
Remordimientos infinitos y polvo entre las uñas. Las pilastras, lejos-cerca, lejos-cerca. El suelo de olores fricciones. ¿Dolor físico? Ninguno. Sólo esa molestia tormentosa callada y vacía. La muñeca de otros.
Se mordía los labios por no contar nada. La llamaban, respondía lejos, protegida. Suerte. Nadie notaba las travesías mentales a las que era sometida. Era una fantasía. Y qué decir de los hechos físicos increíbles; eran eludidos con facilidad. Lo agradecía de verdad; no estaba dispuesta a dar explicaciones. Manipulaba todo a su antojo, mientras se sentía más que una. Eran dos.
Jugaba a la inocencia, pero en su alma algo se gestaba turbio. No podía ni quería detenerlo. Deseaba que creciera hasta que se elevara y desapareciera, hasta que no quedara nada en ella. No podía disfrutar más que eso; era su límite prometido. Pensar que el destino le deparaba más suertes y menos confianzas. Debía experimentar aunque se cayera muy adentro. Sólo quería sentirse especial.
Pausa.
Logró controlar todo lo que quería. Sintió que podía hacerlo suyo en cualquier momento y no le importaron las otras manos. Eran dos nuevamente.
Intensidad y flaqueza reinaron los sueños interrumpidos, pero no le importó y siguió adelante; no hallaba paz, pero qué importaba. Destruyó lo que ya había crecido y demostró que era fuerte.
El polvo calmo, inexistente casi. Las pilastras carcomidas, resistiendo el embate de los años. El suelo ya nunca mojado. El techo ahora manchado; algunos juegos habían sido letales. Sus cabellos por primera vez se quedaron quietos ante la mirada agresiva de su contrincante. Poco le importó; siguió su empeño. Esta vez disfrutó menos y disfrutó más que otras veces. La carne ya no sabía igual, pero aún servía.
Entre más eran desviadas las miradas, más se interesaba en seguir con el encuentro. Las fantasías nunca se habían roto y sugerían más aventuras de las construidas antaño. Mordía, peleaba, sacudía su ser con vehemencia. Intentaba deshacerse de las penas, de los secretos.
Siguió insistiendo. No pudo detener su caída miserable. Se lo contó a todos y se lo contó a nadie. Desapareció el efecto en sólo cuatro episodios aislados. Todo tendría que ser como siempre, empero su venganza no consumada con éxito.
Quiso quedar en blanco, correr los riesgos, armar rencillas. El pasmo fue nulo y su impotencia grande. Tremendos corajes pasó al lado de su alcoba, oliéndolo todo, lamentando el día en que accedió por despecho. Nada hizo más. Se arrinconó en un sector de su vientre y esperó a quienes algo podían preguntarle.
Tic Tac Tic Tac Tic Tac
Las carcajadas sonaron lejanas. Alguien se acercaba. Se puso atenta y dispuesta a cualquier situación. Tres pasaron frente a ella; sólo uno se quedó. Los restantes se detuvieron un momento y prometieron volver cuando menos fuera previsto, después se alejaron. Quien quedó encontró y dio consuelo. Dio alegría y tristeza. Dio regalos y disgustos.
Detuvo el tiempo lo más que pudo. Se contuvo y respiró lo más profundo. Alzó sus brazos, los bajó, los alzó, los bajó: aleteó y logró volar por diez segundos, suficientes para no encontrar libertad, sino pesadumbre.
De nuevo quiso cobrar venganza. Algo distinto, viejas costumbres. Se arremolinó a su modo y dio con un objetivo viable. Se acercó y alejó lo más que pudo. Estaba atrapada: La ofensa, ¿cuál era? Casi olvidaba su meta. Esa vulgaridad de la cual era presa. La dinámica de obviar había sido mala. Cada vez más aplastada; cada vez más aniquilada.
Al vacío se lanzó.
El tiempo siguió su curso. Sonreía en constante mueca. Miembros aún fuertes, dientes amarillos y cabello renegrido.

jueves, 9 de agosto de 2007

A&M han discutido y creado.

Aguacate y Mandarina se encontraban muy reflexivas, cuando a una de ellas se le ocurrió una idea y se pusieron manos a la obra. Una dictó y otra escribió; una escribió en el teclado y otra corrigió. Pero, ¿quién fue la autora intelectual? Toda la mañana discutieron sobre ello y han llegado a la conclusión de que fue Aguacate. Esto iba a ser algo totalmente impersonal y poco relacionado con la realidad, pero, dadas las circunstancias, Aguacate ha ganadao y lo ha dedicado a las personas que desean desaparecer y a los ya desaparecidos...
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Silencio y Mudez
Entre cada rayón hay vacío en la existencia de Oralia. Cada trazo a seguir, cada deseo impreso en papel le da lo mismo. Mira a la ventana y trata de distinguir qué es bueno y qué es malo en el paisaje, pero éste se encuentra oculto tras ladrillos invisibles que sólo ella puede tocar. Es entonces cuando Oralia se refugia detrás de una botella verde y no hace más que orinar y alegrarse de lo ocurrido en sus cuatro paredes resonantes de carcajadas calladas y sabias.
Una noche, Oralia declara nuevamente una muerte instantánea. Toma su lápiz y lo sacude, cual si fuera varita mágica, para hacer cumplir sus deseos. Se encuentra exhausta y aguerrida por no llegar a sus objetivos, hasta que los ojos se ponen en blanco y mordisquea un poco sus labios. Oralia duerme, rendida y suave, en su cama tambaleante.
Un día se declara viva, vivificada y vivaz. Se baña, viste y plancha. Su cabello apelmazado y los ojos radiantes ocultan el temor de la pantalla de fuera. Camina con pasos firmes, como soldado, y toma el picaporte de la puerta; lo tuerce. Su mano se arquea hasta el hombro; un dolor punzante la avienta al suelo. Lucha por no quedarse ciega ante el espectáculo aterrador al que se enfrenta: Luces. Despavorida, corre hacia el rincón más alejado y se hace huevo, pequeño e insignificante, se recubre de oro y diamantes, describiendo alguna escena familiar de la realeza. La puerta azota. Silencio y mudez.
La misma tarde Oralia despierta envuelta en joyas y venas plastificadas. Un sobresalto táctil la impulsa a moverse con todas sus fuerzas. Su conciencia la atiborra con imágenes desconocidas. Su lengua, plasta de estúpida carne, niega el uso. Está sola en el vacío de sus cuatro paredes, sin éstas ser reconocidas. La ventana está allí; mira con atención y se alegra un poco, porque ve que los ladrillos han sido removidos.
Suspira, transpira. La humedad la llena de preguntas. ¿Había sido así antes? ¿Siempre tan pesado? ¿Recuerdas la última vez que te tuviste que acostumbrar a algo nuevo? ¿Recuerdas? ¡Recuerdas! Oralia lo ha olvidado todo, lo niega todo, se reprime y sacude para quitar las imágenes desagradables y poner de nuevo en su cabeza las cuatro paredes, sus cuatro paredes, que con tanto esmero había construido para sí. Se retrae, hace todo lo posible, pero esa ventana sigue sin ladrillos y ella ha dejado de ser un huevo precioso. Oye pasos, suda; se prepara para lo peor. Los aromas empiezan a surgir por todas partes. Le es repugnante; sin embargo se intensifican. La respiración es agitada. Si pudiera ser tragada y llevada de vuelta a la nada; si pudiera convertirse en jarrón o vaso y quedarse sin alma; si pudiera.
Los ingredientes toman forma en las cuatro paredes. Oralia muda y silenciosa; una mujer vulgar a su lado, derretida en llanto y amargura; un hombre deformado por el tiempo, estático y distante, con tremenda negación en la cabeza. El suelo es gris, las paredes blancas, el paisaje tibio acaricia las hojas de los árboles y las bancas solitarias pertenecientes al lugar con la menor amenidad del mundo. Está despierta, mas no sonriente. Lucha y aprieta los puños en rabia incomprensible. Los demás ríen con alientos pestilentes y ridículos; no notan la creciente frustración de Oralia, como lo hicieron antes, y son inmoralmente felices.
Pero ella seguirá quieta con voluntad férrea; no les mostrará nada. No merecen nada. Es sublime y única; es su propia casa y destino; es el sueño y la vigilia. Lo es todo. No importan los anhelos ajenos, ni las gratitudes divinas: todo lo que la llevó a este estado. Ella decidió convertirse en roca pensante y quiere permanecer de esa forma.
Las figuras se tornan borrosas y los olores son iguales. Escucha desesperación femenina y golpes duramente masculinos. Silencio y mudez.
Las cuatro paredes son cálidas. El eco transforma los objetos en monolitos extraordinarios. Oralia baila y canta al ritmo de las ondas sonoras que atraviesan sus ojos, los cuales salen rodando muy rápido. Tan fuerte es la vibración rasposa de los ojos con el suelo de algodón, que grita hasta que la campanilla sale también y se estampa contra los ladrillos, contenedores energéticos. Siente miedo por un instante; en el siguiente tiene demasiado sueño.
Un día alguien toca la puerta; se arrastra hacia ella porque el sonido ablanda los muros y teme que le caigan encima mientras está de pie. Pregunta; responden. Pide que pasen el paquete por debajo. Lo toma. Lo abre. Sus ojos saltan y se colocan en las cuencas. Oralia puede ver de nuevo el mundo. Despega la campanilla de los ladrillos salvadores. Un pequeño hueco entre ellos le llama la atención; se asoma. A través de éste ve una pared blanca, piso gris y ventana sin ladrillos; mundo aparte y demasiado contrahecho para ella.
Se aleja de inmediato.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Inauguración fallida

Porque todos fallan, porque nadie puede jactarse de ser perfecto. Aunque alguien se encuentre maravillado de sí mismo, éste siempre sufrirá alguna decepción. No hay duda; somos insignificantes. Y poco nos podemos quejar. Mejor seamos como los árboles, siempre rectos y osados; en constante búsqueda del sol y la humedad. Sin sufrir el ego de los demás, porque hemos sido plantados en un muy buen lugar; ya sea cerca de algo que nos protege, entre las rocas que amenazan con precipitarse y aplastar algo, o donde alguna mano caprichosa se le haya ocurrido tirar una semilla.
Aguacate fue una bola grande y dura que fue sembrada en una maceta a petición de un padre, por el supuesto buen sabor del fruto. Nació en una primavera, traviesillo y feliz. De inmediato sus grandes hojas le ganaban el peso al tallo, pero él siguió luchando. Cuando lo consideraron conveniente, Aguacate fue sembrado a la sombra de un gran árbol para protegerlo de las helada. Ahora crece y se ve muy contento; su tallo está más firme y sostiene orgulloso sus grandes hojas.
Mandarina fue un capricho en las mismas macetas. Creció con tres hermanas orgullosas y serenas; platicaban muy felices al calor del tragaluz. Un día fueron trasplantadas a sus respectivas macetas y se les concedió el derecho de gozar por sí mismas del verdadero sol, pero el infortunio cayó sobre ellas y en una sequía primaveral, dos de ellas perecieron, dado al descuido de una madre. Sólo Mandarina se salvó y fue llevada de nuevo al calor del tragaluz. Ahora vive al cobijo del calor y la humedad de un baño. Siguen buscando una tierra adecuada para ella.
No todos tenemos la suerte de ser plantados y crecer con éxito, pero al ver a los sobrevivientes, uno debe preguntarse si es conveniente quedarse estático o seguir adelante. ¿Cuál es la mejor vía?