En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

lunes, 26 de julio de 2010

Abschied

Las plantas, azotadas por los temporales, del jardín que acompaña a Aguacate se han esforzado en un nuevo escrito. Hélo aquí.
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Morgen

Und Morgen wird die Sonne wiederscheinen…

Pensó: Ya estaba cansada de tanto embuste. Le dijo que se retiraría a buscar paz interna, que tal vez volvería por ella, que las señales eran claras y que las aprovecharía todas.

La vida estaba llena de empresas también para ella. Recuerda perfectamente el día que le prometieron que vendrían por ella y se sentó a esperar en la banca que entonces era verde. Pasaban tantas cosas y ella allí, sin otra referencia, que el regreso incierto, que la felicidad tras la calma alcanzada. Pero esa vez, como tantas otras veces, no tenía por qué dudar; los ojos de ambas estaban serenos.

Las hojas de los árboles caían enrojeciendo su camino. El fuego descansaba en las brasas, le molestaba y prefería interpretar cada hoja como un olvido. Estuvo inmóvil, hasta que el frío realmente le caló los huesos y se resguardó en la casa. Prendió una lámpara y, tal como la luz, un recuerdo apacible cruzó por su mente, mas no tuvo forma reconocible. Lo que había sido, no importaba. Sonrió.

Los árboles, como muertos, le ofrecían silencio; ella lo regresaba con una mueca de comprensión. Estaba relajada y triste, y su vieja banca, oxidada. Tomó una vara e hizo dibujos en la tierra seca. Letras, números, una sola frase, pero al acabarla, rompió su vara con violencia, borró a pisotones lo escrito y se fue corriendo hacia donde creyó siempre, que ella estaría a su regreso. El viento le cortó los ojos.

Apenas tres grados más de temperatura y quiso volver a su origen. Supo que no habría reconciliación, cuando sopesó sus fuerzas con sus cosas; cuando la mitad de ellas no tenían significado y simplemente las hizo a un lado. Volvería, sí y se desharía de cuanto pudiera; aunque sabía que la paz se iría tan pronto hubiera gente que la reconociera en la calle. Quiso cambar su rostro.

La lluvia azotaba por un lado, el calor por otro. No sabían bien cuántos temporales habían pasado desde aquella tarde, una justo igual a ésta.

En una banca recién colocada estaba una mujer, lectora de miles de libros, con años y ojos atravesados, con el cabello dispuesto a una caricia. Disfrutaba de la sombra y la humedad de la tarde cuando escuchó unos pasos que se detuvieron a corta distancia de donde ella estaba. Alzó la vista. Miró una mujer pequeña, echada hacia delante y de manos temblorosas. El sol de la tarde proyectaba tales sombras en su rostro, que la hacían irreconocible, mas al dar unos pasos más, supo que era ella. Se levantó de su asiento y fue presta a abrazarla. Se detuvo un poco antes.

Tocó su cabello de hilos plateados, más suave que nunca; sus ojos ocultos tras gruesos cristales; encontró sus pupilas dilatadas de entre lágrimas y lluvia súbita. Le quitó los lentes y besó sus ojos: La razón perdida en su memoria por la que tendría que haber vuelto antes.

Sintió su aliento, como si justo esa mañana la hubiera despertado. Tomó sus manos extrañas, ásperas, las apretó con fuerza y se las llevó al pecho.

Justo así había sido siempre, como si todos los momentos anhelados hubieran corrido día tras día, como si la calma jamás hubiera estado en otro lado, sino con ella.

Justo ahora se sentía poderosa y poseedora de un calor interno, emergiendo de sí, como si el sol poniente le regalara sus últimos rayos de vida.

Ella, siempre ella y no en otro sitio. Ella y el silencio que ahora traía calma y no buscaría más. Estaba cansada ya. Sintió que la soltaba; vio que se alejaba. Quiso emitir algún sonido para detenerla, mas sus cuerdas estaban paralizadas y su aliento, entrecortado. Más largo fue el tiempo.

Dio cinco pasos y se detuvo. Volteó. Allí, finalmente, estaba ella.