En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

lunes, 29 de octubre de 2007

Secuestro V

Aquí, sin ningún contratiempo, aunque sí negociando la liberación, aparece la quinta entrega de esta saga, quinta, que no última.
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REFORMA
(Parte cinco)

“¿Recuerdas la primera vez que me dejaste plantado? ¿Lo recuerdas bien? ¿Sabes cuánto tiempo te esperé? Cerraron la cafetería, cerraron el cine, me quedé sin trasporte. No llegaste, ni llamaste. Yo te llamé después. Acordamos vernos de nuevo la semana siguiente; tampoco llegaste. Esa vez sí me preocupé por ti; pensé que algo te habría pasado. Llamé a tu casa y nadie contestaba. Llamé más tarde desde mi casa y ahí sí me contestaron. Juro que fuiste tú. Colgaste al escuchar mi voz. Me enojé un poco, pero luego pensé que no me habrías reconocido o que te daría tanta vergüenza no haber llegado, que preferirías no hablar en ese momento. De verdad no me hubiera incomodado alguna disculpa tuya. Dos años después, volví a intentarlo. Te llamé e hice otra cita. Te invité al cine. Te oías entusiasmada y yo me entusiasmé también. Me vestí lo mejor que pude, llegué temprano. Estaba dispuesto a ver la película que tú quisieras, así fuera de esas en donde sólo hablan. Estuve afuera del cine por una hora. Luego llamé por teléfono a tu casa. Esta vez me contestaron casi de inmediato. Era tu mamá, creo, y me dijo que habías salido conmigo. Me quedé extrañado; ella también. Después pensé en irte a buscar a alguna parte, pero no sabía en dónde. Caminé un poco y no tardé en escuchar tu risa, sí, era tu risa. Voltee y te vi. Eras tú y un muchacho. Me dio pena y me escondí. No quería que vieras mi ridícula espera. Tampoco quería que él me viera y se comparara conmigo. Los vi alejarse muy acaramelados. Sentí mucha pena; me sentí utilizado y estúpido. Esperaba que no me hubieran visto. Después me llamaste, creo que fue a la siguiente semana. Me pediste disculpas por no haber asistido a nuestra cita y que te había surgido algo muy urgente y que hasta creíste haberme visto. Yo lo negué. No iba a aceptar mi debilidad por ti, ni mi debilidad humana. Decidí dejar todo por la paz. Pero meses después me llamaste. Dijiste que querías reivindicarte y fuiste tú quien me invitó a tomar un café. Llegué puntual. Pensé en tomar revancha y no ir, pero luego pensé en todas las posibilidades que te habrían inclinado a volver a verme. Me senté en una mesa para dos y pedí un té de manzanilla, porque yo no tomo café. Esa vez esperé solamente cuarenta y cinco minutos. Estaba dispuesto a irme, cuando apareciste tú con tu cara de lo siento y algún tipo de mueca que semejaba una sonrisa. Me dijiste que ibas de rápido, que no podrías quedarte y que si querría que me pagaras el café. Te dije que no habría problema, que yo tampoco podría estar mucho tiempo ese día y que sólo había pedido un té. En cuanto escuchaste eso, te despediste y te alejaste lo más rápido posible. Me quedé sentado quince minutos más; trataba de planear mi salida de ese lugar sin sentir las miradas de los meseros, que seguramente se burlarían de mí. Sólo pagué y salí. Cuando tuve un pie afuera, te vi ahí, allí, tan cerca, con otro muchacho. Me llené de celos. Quise por una vez encararte, pero me contuve. Resolví no volver a llamarte; sin embargo esta vez la tentación fue grande y lo hice de nuevo. Me contestaste y me dijiste que esta vez no sería como las anteriores, que sí estarías presente. Y aquí estamos, al fin solos. Te enseño mi mundo para que dejes de juzgarme y para que veas lo que puedo darte.”
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Continuará...

lunes, 22 de octubre de 2007

Secuestro IV

Una extraña infección atacó a los secuestradores de Aguacate y Mandarina; sin embargo nuestros héroes también cayeron víctimas de tal extraña enfermedad. A pesar de tantos contratiempos, fiebres y dolencias, los supuestos amigos, han logrado una nueva entrega.
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Reforma
(cuartaparte)
“Con que este es tu cuarto, es grande” Le dio una silla para que se sentara. La silla estaba tibia e incómoda. Él prendió su enorme estéreo e introdujo un CD de música clásica con efectos de agua al fondo. Quería reír; no podía creer que alguien de su edad oyera esas cosas. Tal vez se lo había prestado su madre o, en el mejor de los casos, se lo había robado a su abuela. Se contuvo lo más que pudo. Él la miró con extrañeza. Era la primera vez que la veía contenta.
“No, sí me gusta. Es que me recordó algo, algo sin importancia sobre unos amigos que no conoces.” Estaba a punto de no soportar más, tenía que encontrar un buen pretexto para salir de ahí. Pero estaba en desventaja; no sabía con exactitud en donde se hallaba. Si lo distrajera, pidiéndole un vaso de agua y saliera corriendo o si alegara un dolor de cabeza, pero ya la había visto contenta; ya tenía más confianza en sí mismo. Se sentó frente a ella y le tomó la mano. Hizo una mueca y trató de soltarse. Inexplicablemente la mano había cobrado fuerza y la sujetaba con ímpetu. Por más que jalara, era imposible soltarse; sus dedos estaban cada vez más aprisionados. Apretaba tanto que sentía los latidos de su corazón en las uñas. De un momento a otro se empezarían a poner morados hasta que perdieran la circulación y hubiera necesidad de amputarlos. Sí, eso sería mejor, para ya nunca tener la sensación de no poder salir cuando ella quisiera, pero claro, tiraría sus dedos lejos; para que él no pudiera quedarse con recuerdo alguno. Finalmente la soltó. Le ofreció un vaso de agua. Salió.
Tal vez ése sería el momento adecuado para huir sin decir palabra. Ya no le importaba en donde se encontraba; hallaría alguna avenida principal y ya allí, podría moverse con facilidad. Era cuestión de abrir bien los ojos.
Se levantó y tomó sus cosas. Se asomó por la puerta. No había rastro de él, ni siquiera se oían vasos, agua o pasos. Le pareció extraño, pero poco importante. Seguramente había mentido y estaba encerrado en el baño, poniéndose mucha loción o rascándose las encías con hilo dental. Salió de la habitación; caminó hacia la sala. Ahí estaba él.

martes, 16 de octubre de 2007

Secuestro III (e intento de escape)

Aguacate y Mandarina estuvieron a punto de escaparse y publicar en su espacio, por desgracia sus supuestos amigos -los secuestradores- se dieron cuenta y lograron apresarlos nuevamente. Por este inconveniente, su publicación se ha atrasado un día; sin embargo, finalmente, está aquí.
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Reforma
(Tercera parte)

“¿Aquí vives?” Tragó saliva. Sudor, sí, sudor. La casa parecía vacía. Inaugurarían algún tipo de lecho nupcial entre juguetes de la infancia o posters baratos de mujeres con implantes. Quiso detenerse, pero ya estaba adentro. La hizo sentar en un sillón bastante mullido y esperar. Escuchó voces que se acercaban. Frente a ella se presentó una mujer.
“Mucho gusto señora…sí, nos conocimos en la universidad…sí, hace mucho que no nos veíamos…sí, claro…no, muchas gracias, acabamos de cenar…sí, también fue una sorpresa para mí…sí, adelante, muchas gracias.” Tuvo suerte. No permaneció mucho tiempo platicando con ella; sin embargo el cinturón de castidad se había marchado. Se encontraba extrañamente relajada. ¡Claro! Por fin había podido hablar en muchas horas.
Se quedó sola un tiempo. La sala estaba llena de pinturas de pueblitos, carpetas y figurillas de porcelana, no sin faltar el mueble de la televisión y el estéreo, con aparatos, claro. Él se apareció frente a ella.
“Sí, si quieres.” La condujo a su habitación, estaba muy relajada; no vio ningún peligro en ir. Le enseñaría su colección de Hot Wheels o sus juguetes de acción de G.I. Joe. Tal vez estaría todo lleno de papeles y documentos de trabajo o le enseñaría en la computadora, con volumen mínimo, por supuesto, la película porno que más le gustaba. Eso sería buen pretexto para zafarse de ese tipo.
La puerta estaba abierta.
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Contunuará la próxima semana, si no hay algún inconveniente más...

lunes, 8 de octubre de 2007

Secuestro II

Como lo prometido es deuda, los malévolos dizque amigos de Aguacate y Mandarina siguen tomando posesión de este sitio y publican ahora la segunta parte de esta saga.
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Reforma
(parte dos)
“¿Una sorpresa?... ¿Se canceló tu compromiso?... ¿Lo cancelaste tú?...¡Divino!” Zalamera idiota, incapaz de decir que no. Deseaba haberse mordido la lengua antes o, por lo menos, en el momento de la dichosa sorpresa. Seguramente todo estaba planeado; seguramente era él, el que había estado jugando con ella todo el tiempo. Todo por el riesgo, todo por la aventura, todo por la nostalgia inventada. Veía su cara llena de orgullo y alegría, con intención de soltar una imprevista mordida en su mejilla y atacar los nervios de su rostro. Sonrió.
Salieron del restaurante sin rumbo fijo. Él tomó su mano. Sudaba. Parecía que pronto se convertiría en esponja. Le daba aún más asco imaginar la probabilidad de que fuera una gelatina gigante sabor durazno (odiaba el durazno) y que, cuando nuevamente él quisiera acercarse a ella, tendría que probar más sabores desagradables, sin posibilidad de echarse para atrás.
Las calles, primero luminosas, se fueron tornando oscuras y frías.
“¿Dónde estamos?” Empezaba a sentir temor. Quizás esa apariencia de tonto ocultaba algo peor. Quizá la aventaría en algún callejón oscuro y llamaría a sus secuaces para algún ataque masivo. Quizás en la próxima esquina se encontraba algún pulgoso hotel con cámaras descaradamente ocultas y allí la obligaría a hacerle todo lo que siempre se había negado a hacer. Quizás simplemente se iría corriendo y la dejaría a su suerte, para burlarse después de su fechoría. Se detuvieron enfrente de una puerta blanca.
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Continuará...

lunes, 1 de octubre de 2007

Secuestro

Los amigos pasajeros de Aguacate y Mandarina han secuestrado la autoría y publicarán por entregas en este espacio.
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REFORMA
(1ra parte)
Sentados uno frente al otro, arropados en aromas neutros. Los cabellos relamidos y las sonrisas huecas.
“Me dio mucho gusto volverte a encontrar.” Si supiera que la venganza no es dulce, que acrecienta el vacío. Si supiera que tampoco es bueno ser herramienta.
“Muchas gracias por la invitación, aunque me hubiera gustado que dispusieras de más tiempo.” Sólo deseaba salir de allí, el aburrimiento la mataba. Tan pretencioso, tan cerrado y cuadrado. Sus pensamientos se remontaban al vacío de una burbuja hecha por el jabón del baño, translúcida, divertida. Flotaba gracias a su aliento y al vientecillo que entraba por una ventana. Cayó y permaneció por la mitad alrededor de diez segundos, hasta que dejó de existir como tal. Entonces tuvo que volver a su cita.
“De verdad me hubiera gustado mucho seguir conversando contigo. Tu plática es refrescante.” En su memoria estaban guardados pedazos de queso rancio y manteca solidificada en congelador. Mal olor, malos humores. Su apetito se había ido con la primera probada de sus labios cobrizos. ¿Era una mordida lo que hacía que sangrara su labio?
“Voy al baño y ya nos vamos.” La cuenta le valía un comino, no dejaría ni la propina. Sí, se desquitaba con quien no debía, pero la obligación de la buena cara le impedía cualquier tipo de amabilidad. Caminó con paso lento, esperando ser contemplada, y se metió al sanitario. El espejo no la dejaba mentir más; le daba asco y se daba asco a sí misma. Ya lo había hecho y no habría más que hacer. Ahora sólo restaba despedirse cortésmente y, de ser posible, no volver a verlo jamás. De nuevo una pompa de jabón apareció entre sus manos. Le sopló suavemente, se estampó en el espejo y de inmediato reventó. Salió de allí resignada y algo contenta. Se sentó y él tenía una amplia sonrisa.
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La siguiente entrega la próxima semana. Continuará...