Aguacate, Mandarina y sus amigos.

En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Ese amor que desencaja.

Tiempo aún más espaciado de que no he escrito en este blog. Aguacate ha rebasado el techo de esta edificación. No hay mandarina, pero hay una lima y un nogal.
El año pasado he escrito un poema y no me animaba a darlo a la luz. Es tiempo, porque me voy…
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Te amo, te amo porque no me ama
te amo porque sueño, imagino.
Me recuerdo entre flores y paredes y tú no estabas aún, acaso no
que tú estuvieras sería un sinsabor.
El sabor es que te amo
y tú a mí no
que pienso, que extraño la idea, el cuerpo
y tú sólo el cuerpo.
Si tan sólo fuera más que un cuerpo
un rayo que ambos vimos
y se tornó amarillo, gris, blanco.
La verdadera oscuridad no llegó
los párpados apenas se cerraron.
En un juego e puedes recordar:
La conocida desconocida reconocida
vestida de guerrera, amazona
amante tuya como de la nada,
esa nada que es todo-nada
porque al final de las ideas
la cama no viene
viene una tormenta como tantas
y se posará a verte pensar en otras cosas
porque te amo y tú no me amas.
Locamente, quedamente, sin cansancio
con ojos asombrados
oídos dispuestos
comisuras estiradas.
Colores.
Te amo como tú nunca a mí
como no necesitas
como no te disgusta
como no te estorba
porque soy eso que no quieres ni tienes
alguien imaginario sin comparar
palabras simples, frente dispuesta
retozos y cariños, exigencias, costumbres.
Te amo, no te cuido
descuido meditado, puntual.
Un descuido y no estás más,
no estarás más, no habremos de…
porque te amo y tú no a mí.

22 de julio, 2017

lunes, 23 de julio de 2012

Culpas de ayer.

Tanto tiempo sin meter entrada en este sitio, pero es hora, es tiempo, es sitio. Esto fue escrito hace un poco menos de un año, ¿por qué hasta ahora es publicado? Porque hay que tomar distancia.
Aguacate sigue vivo.
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Culpas Fragmentarias.
Los pasos, los mismos pasos que años atrás había dado, no uno por uno, sino de a dos en dos. Se detuvo, había que hacerlo; el imprudente conductor metía su auto de reversa en el estacionamiento público.
¿En verdad esta es la única forma de escapar? ¿En verdad tengo que saltar tres metros de barda en la oscuridad?
El carro terminó su maniobra. Esos pasos, esos mismos pasos, ahora contados para darle tiempo a la espera y no encontrarse violentamente con el deseo erróneo de la entrega.
Los pasos, diferentes a los que había dejado de dar por imposición, ¿o fue por miedo?
Hay que seguir adelante, de lo contrario nos detendrán y entonces cualquier maldad puede caer sobre nosotras. ¿Quieres imaginarte lo que nos podrían hacer? Si quieres te cuento algo de lo que sé: Las recogen, las pierden y jamás aparecen; luego dicen que esos huesos viejos son uno.
Dos personas habían estado allí, dos personas que unieron voluntades, que quisieron arreglar el mundo, pero terminaron estropeándolo más. No podía ser responsable una de ellas por todas las calamidades creadas entre los dos.
Sus pasos eran más fuertes y sudorosos, la nariz podía atestiguarlo, como también podría atestiguar la perdición cuando llegara a su destino. La nuca, los ojos, lo que habrá de borrar de sí algún día, pero éste no.
¿Cuánto tiempo más he de esperar para que cambies ese comportamiento extraño? ¿Ocho meses? ¿No podría ser menos? ¿No podrías olvidarlo todo?
Los pasos apresurados. La luz cambió sin que se diera cuenta; los lentes oscuros le estorbaron. Afortunadamente su destino estuvo muy cerca todo el tiempo. Lo tomó en sus manos y lo estrujó para hacerlo suyo, para no compartirlo con nadie, porque no podría ser de otra forma: Así las miradas lo habían dictado, así las palabras ajenas lo mandaban.
Leían un libro, estaban sentadas: ¿No me vas a saludar? Se acerca y le acaricia la cabeza, como cuando eran niñas.
Se siente oprimido; se libera con amenazas y culpas. Es demasiado lo que ha sucedido. Incomprensible, que de el más inocente de los desahogos, haya surgido el sentimiento perenne. Imposible que, tras la claridad, siga creyendo que esa sea la persona que saque lo mejor de sí.
Fuego. Las grises escaleras de la biblioteca atestiguan el incendio del trailer. Terror. ¿Sabías que este es el verdadero peligro? Alejarse lo más posible de ellos, todos los daños, sin conformidades. ¡Mejor huir!
La voluntad fue olvidada, la responsabilidad también. En la repartición de culpas sólo una persona dio los pasos, mientras la otra se quedó estática y sola.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Se pasó de largo

El tiempo se pasó de largo y llegó a la orilla del universo. Lo vi mirar hacia abajo y le pregunté: "¿Tienes miedo de que nos pase algo verdaderamente serio?" El tiempo nos miró y regresó a su lugar de origen.
Somos ahora lo que nunca nadie quiso que fuéramos.

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Los sueños de un árbol con un poco de invierno encima.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Hallazgos 2

Aguacate ha dejado aquí la segunda parte de sus hallazgos.

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JOAQUÍN

Joaquín vio el fondo del vaso de cerveza y supo que tendría que regresar a casa para cerrar ciclos y cumplir promesas. La espuma recorría las paredes hasta llegar al fondo, dibujando rostros de terror. Joaquín no sabía si eran esas figuras, o el ligero emborrachamiento, lo que le hacía arrepentirse de sus actos para con Azalea. Pagó la cuenta y salió del local. Cuando hubo caminado un par de cuadras, miró todo distinto: el aire fresco le despejó la frente y se dio cuenta de que sus actos no habían sido malvados del todo, porque en realidad él siempre, y durante toda su vida, se había visto forzado a hacer cuanta cosa le requirieran, sin tomar en cuenta sus deseos, como con Azalea esa tarde había pasado.

Mientras caminaba por el parque de los monumentos patrios, venía a su memoria el día en que ella apareció de pronto a su puerta. Entro y sin decirle nada, se desnudó y tomó por asalto su cuerpo –el cual respondía bien, dado su juventud– y le dejó la mente en blanco. Acto seguido, se recordaba medio vestido y atolondrado frente a una iglesia, recibiendo una cadena y prometiendo que volvería por ella.

Ahora sentía un nudo en la garganta, no sólo porque miraba cómo un vándalo se le acercaba con evidente intención de hacerle algún daño, sino por no haber tenido el valor suficiente –o la cabeza fría– ese día, para no acceder a esas peticiones en contra de su sentido común.

Salió del parque con premura y se incorporó a la avenida más transitada e iluminada que halló. Los focos, todos amarillos, lo invitaban a pasar a cada local. Estuvo por entrar a uno de ellos, cuando algo se lo impidió: Alguien lo asía del brazo, volteó con terror.

Al ver de quien se trataba, su terror se tornó en alivio y pocos segundos después, llegó el pánico.

Azalea tenía la sonrisa más dulce.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Hallazgos

Aguacate sigue en su empeño de comunicarse con quien le hace mimos, he aquí una parte más de esa empresa.
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AZALEA

Azalea comprendió que Joaquín no regresaría el día que escuchó el silbato del tren, tan fuerte, que hizo que se pinchara el dedo índice. Habían pasado ya tres meses de la última noticia recibida y desde ese momento, sábado tras sábado, había ido a la estación, para esperar el único tren que arribaba desde la capital.

Pero siempre, al no verlo entre la gente y al quedar el andén casi vacío, salvo ella, la señora que vendía flores y el guardia, llegaba la decepción a su ánimo, mas eso no le impedía regresar la semana siguiente, ataviada con su mejor vestido y la bufanda que había tejido para cuando él volviera.

Ese día, cuando Azalea recibió el doloroso pinchazo en el índice y no pudo zurcir más lo calcetines de su padre, tuvo la horrible certeza de haber perdido para siempre a su amado Joaquín, y no sólo por el sobresalto del sonido inesperado del tren, sino porque justo en el momento en que ella buscaba remedio y un paño y parar el sangrado, miró tirada en el suelo, la cadena que ella, tanto tiempo atrás, le había regalado.

La recogió del suelo y apretó con su puño cerrado, manchándola de sangre. Se sintió devastada y tiró a llorar en el sillón en el que tres meses atrás había leído con tanta emoción la tarjeta de Joaquín.

Cerró sus ojos, apretó los dientes, su corazón palpitaba y sentía enrojecer; sin embargo en sus mejillas no corrió lágrima alguna, todo lo contrario: Sonoras carcajadas que inundaban el silencio de la tarde la poseyeron. Aquélla tibia esperanza y paz sin sobresaltos dejaron ver su verdadera naturaleza, pues no era a Joaquín a quien realmente quería para sí, sino la estabilidad del confiable amigo y una vida sin penas.

Feliz estuvo por breve rato, mas al descubrirse engañada –aunque hubiera sido autoengaño– y sentir una pena en su corazón, resolvió convertir su alivio en furia e ir en su búsqueda, no importando los sentimientos recientemente descubiertos. Demandaría atención absoluta y la respuesta a todas las preguntas para aquél amigo que se había arrepentido de la forma más cobarde del compromiso contraído con ella.


sábado, 16 de octubre de 2010

¡Cartas! 2

Aquí la segunda carta que Aguacate le ha enviado a quien le hace mimos y extraña.
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JOAQUÍN

Cuando Joaquín advirtió que sus sentimientos hacia Azalea no iban a durar, ya era demasiado tarde; estaba lejos y no, pues ya se acercaba el tiempo de regresar a su hogar y sabía muy bien que ella estaría allí.

Quiso aminorar su pena y decidió hacerle una extensísima carta, que nunca llegó porque la escribía, destruía y reescribía, y porque, cuando finalmente la tenía lista, era tan próxima la fecha del cumpleaños de Azalea, que no le pareció conveniente enviar misiva de rompimiento, así que resolvió hacer lo más simple y parco.

Compró una tarjeta cualquiera de felicitación y escribió en ella que volvería. Por momentos pensó que con eso sería suficiente para darse a entender, pero cuando vio que la tarjeta en realidad era hermosa, tuvo que ser más claro. Sacó de lo más recóndito del cajón de calcetines, una tela que envolvía una pequeña foto de ambos frente a la iglesia del pueblo y una ligera cadena que ella le había regalado, simbolizando su lazo y los metió dentro del sobre que ya portaba la tarjeta.

Rotuló el sobre, pegó el timbre postal y lo lanzó al buzón.

Un mes después, hizo sus maletas y se dirigió a la estación del tren. Ante la ventanilla de los tickets, justo antes de indicar su destino, prefirió salirse de la fila y dejar a la vendedora repitiendo la misma frase: “Su destino”.

Ante la pizarra de los itinerario, Joaquín analizaba precios, tiempos y distancias. Tendría que decidir eventualmente su destino, mas eso no le apuraba mucho, le restaban horas a ese día.

viernes, 8 de octubre de 2010

¡Cartas!

Aguacate, extrañando mucho a quien va y lo chulea, le ha enviado una carta con un par de historias. He aquí la primera de ellas:
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AZALEA

Cada vez que Azalea recibía una carta, no lograba contener la emoción del todo; unas cuantas lágrimas y otras tantas gotas de sudor mojaban el papel, o envoltura del paquete, irremediablemente, y es que estaba expectante siquiera de un saludo, un recuerdo vago, de su amigo Joaquín, quien se había ido a transitar el mundo hacía ya varios meses y le había prometido algún recuerdo de tierras lejanas.

Lo que ella no podía recordar con facilidad, era si el presente dicho llegaría en forma de carta o paquete, vía coreo, o si Joaquín le había prometido llevarle de propia mano alguna cosa linda que le hubiera recordado a su amiga.

Entonces, cada vez que Azalea tomaba una carta, ésta se mojaba tanto, que no podía leer el remitente; así que no le quedaba de otra más que abrir la carta para encontrarse, siempre, con una decepción.

Pero esta vez iba a ser diferente.

Azalea tomó el sobre, como de costumbre, ya ni se molestó en tratar de leer la corrida tinta que habría contenido el nombre de Joaquín; lo abrió con suma rapidez y ahí estaba: Una hermosa tarjeta de felicitación por su cumpleaños y escrita en ésta, la promesa de su regreso.

Azalea se levantó de su sitió y gritó por toda la casa algo que perecía ser “Vendrá”, pero por el ruido de sus pisotadas y la agitación de su aliento, nadie hubiera podido asegurar que eso era lo que decía.

Mas ella, en su euforia, no se dio cuenta de que el sobre contenía algo más: Aquélla cadena que él había aceptado como recuerdo de amor mutuo y una foto de ellos dos junto a la iglesia, en la que juraron se casarían, cuando él regresara de sus viajes.

lunes, 26 de julio de 2010

Abschied

Las plantas, azotadas por los temporales, del jardín que acompaña a Aguacate se han esforzado en un nuevo escrito. Hélo aquí.
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Morgen

Und Morgen wird die Sonne wiederscheinen…

Pensó: Ya estaba cansada de tanto embuste. Le dijo que se retiraría a buscar paz interna, que tal vez volvería por ella, que las señales eran claras y que las aprovecharía todas.

La vida estaba llena de empresas también para ella. Recuerda perfectamente el día que le prometieron que vendrían por ella y se sentó a esperar en la banca que entonces era verde. Pasaban tantas cosas y ella allí, sin otra referencia, que el regreso incierto, que la felicidad tras la calma alcanzada. Pero esa vez, como tantas otras veces, no tenía por qué dudar; los ojos de ambas estaban serenos.

Las hojas de los árboles caían enrojeciendo su camino. El fuego descansaba en las brasas, le molestaba y prefería interpretar cada hoja como un olvido. Estuvo inmóvil, hasta que el frío realmente le caló los huesos y se resguardó en la casa. Prendió una lámpara y, tal como la luz, un recuerdo apacible cruzó por su mente, mas no tuvo forma reconocible. Lo que había sido, no importaba. Sonrió.

Los árboles, como muertos, le ofrecían silencio; ella lo regresaba con una mueca de comprensión. Estaba relajada y triste, y su vieja banca, oxidada. Tomó una vara e hizo dibujos en la tierra seca. Letras, números, una sola frase, pero al acabarla, rompió su vara con violencia, borró a pisotones lo escrito y se fue corriendo hacia donde creyó siempre, que ella estaría a su regreso. El viento le cortó los ojos.

Apenas tres grados más de temperatura y quiso volver a su origen. Supo que no habría reconciliación, cuando sopesó sus fuerzas con sus cosas; cuando la mitad de ellas no tenían significado y simplemente las hizo a un lado. Volvería, sí y se desharía de cuanto pudiera; aunque sabía que la paz se iría tan pronto hubiera gente que la reconociera en la calle. Quiso cambar su rostro.

La lluvia azotaba por un lado, el calor por otro. No sabían bien cuántos temporales habían pasado desde aquella tarde, una justo igual a ésta.

En una banca recién colocada estaba una mujer, lectora de miles de libros, con años y ojos atravesados, con el cabello dispuesto a una caricia. Disfrutaba de la sombra y la humedad de la tarde cuando escuchó unos pasos que se detuvieron a corta distancia de donde ella estaba. Alzó la vista. Miró una mujer pequeña, echada hacia delante y de manos temblorosas. El sol de la tarde proyectaba tales sombras en su rostro, que la hacían irreconocible, mas al dar unos pasos más, supo que era ella. Se levantó de su asiento y fue presta a abrazarla. Se detuvo un poco antes.

Tocó su cabello de hilos plateados, más suave que nunca; sus ojos ocultos tras gruesos cristales; encontró sus pupilas dilatadas de entre lágrimas y lluvia súbita. Le quitó los lentes y besó sus ojos: La razón perdida en su memoria por la que tendría que haber vuelto antes.

Sintió su aliento, como si justo esa mañana la hubiera despertado. Tomó sus manos extrañas, ásperas, las apretó con fuerza y se las llevó al pecho.

Justo así había sido siempre, como si todos los momentos anhelados hubieran corrido día tras día, como si la calma jamás hubiera estado en otro lado, sino con ella.

Justo ahora se sentía poderosa y poseedora de un calor interno, emergiendo de sí, como si el sol poniente le regalara sus últimos rayos de vida.

Ella, siempre ella y no en otro sitio. Ella y el silencio que ahora traía calma y no buscaría más. Estaba cansada ya. Sintió que la soltaba; vio que se alejaba. Quiso emitir algún sonido para detenerla, mas sus cuerdas estaban paralizadas y su aliento, entrecortado. Más largo fue el tiempo.

Dio cinco pasos y se detuvo. Volteó. Allí, finalmente, estaba ella.

viernes, 7 de mayo de 2010

La desesperación

Aguacate, en la desesperación de que su viejo amigo Capulín muere, ha escrito algo para honrarlo y para honrar su desesperación por vivir.
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Insensible

Tenemos pocas horas para ponernos al tanto de nuestras vidas. ¿Cómo empezar? ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? ¿Qué almorzaste ayer? ¿A quién has extrañado más? ¿Aún tienes todos tus dientes? ¡Qué decirte de mí! Tengo la misma edad que tú, tal vez un par de años más, jamás me topé contigo porque nuestros mundos son separados, pero de vez en cuando intentaba acercarme al tuyo, sin muy buenos resultados, eso es seguro.

Algunas veces alguien parecido a ti cruzaba por mi camino y pedía la hora; te juro que siempre quedaba sorprendida, claro que no eras tú. El que se aproximaba era la copia tuya exacta, sólo que permanentemente joven. Tú tendrías ya que haber envejecido un poco – como yo – por supuesto.

De mi vida puedo decirte poco, lo que ves aquí es todo: las paredes, las fotos, los silencios. Poco faltó para convertirme en alguien mejor y quedarme lejos de esta tierra, pero ya ves, acá volví. Podría contarte solamente eso, creo que es lo único de interés, mas creo que te enteraste a su tiempo.

Sabías ya de esos planes, de mis esfuerzos por sobresalir, de mis anhelos de ser recompensada con la libertad, de ser feliz y de ser otra en muchos lugares menos éste. Bien sabía que aquí no se encontraba mi felicidad. ¡Ah! Supiste de aquél tropiezo, desafortunado amor o amor verdadero, que creí en ese entonces. Si hubieras estado tú allí, no hubiera sucedido tanto en tan poco.

Llegó y quedé prendada, o sentí o cree la magia. Un lazo que yo tanto necesitaba me ató a él , un lazo que necesitaba y que estorbaba.

El momento de decidir vino: irme como había planeado y perderlo o quedarme a su lado, a pesar de lo que acaeciera. Le pedí sus palabras (nunca antes le había pedido nada). Dirás que fue muy fácil para él hablar, después de tanto tiempo en silencio. No. Tardó una semana en decir todo lo que sentía y una semana entera, la ocupó en mentir y desmentirse. Al final del último día dijo que era mejor que me marchara.

Tomé sus palabras como las más ciertas, hice maletas y partí. Fue el viaje más largo y corto de una vida. Mi mente estaba solamente acá, con él. Dirás que yo era una loca adicta, que tenía en realidad miedo de hacer mi vida y lo ponía a él de pretexto para inventarme insatisfacciones.

Soporté meses. Intenté todo para prosperar. Logré ser feliz un rato, mas poco tardó la desesperación más grande: Supe de él, supe que era feliz y completo, que no me extrañaba y que no reaccionaba ante mi nombre. Toda la confianza en mí se derrumbó; pasaba días sin comer ni dormir; incumplía mis obligaciones. ¿Cómo era posible que el gran amor de mi vida no se inmutara ni un poco con mi recuerdo, tras unos cuantos meses?

En mi locura no sospeché de nada, o no quise ver toda la verdad cuando siempre estuvo frente a mí: La razón por la que permitió que me fuera, la razón por la que él estaba feliz conmigo sin que yo le pidiera nada. Tu sonrisa delata la obviedad.

Cada día lejos era interminable. Hice de todo para amarrarme a mi piel y no dejar que mis entrañas salieran de mí e hicieran que tomara el teléfono más cercano para echarle todo en cara. Logré a fuerza de cerrar mis ojos al mundo, a todo mundo –ése que vivía y éste que había dejado – permanecer allí, tan lejos y más, como él había dictado.

En autómata me había convertido, primero por él, luego contra él.

Cuando volví, me buscó… Eso hubiera querido. No. Cuando volví, desapareció aún más, como si mi pie en esta tierra implicara para él, ser de otra.

No negaré que no lo haya buscado. Frecuentaba los lugares de nuestros recuerdos y sus lugares personales; dejaba notas por toda la ciudad, con la esperanza de que se topara con ellas. Si lo hizo, no le dio importancia, o tal vez no reconoció mi letra, ¿no crees?

Te ríes de mí. Tuve que contarte algo, porque difícilmente dices algo sobre ti mismo.

Si hubieras sido tú ese gran amor, quizás no hubiera partido, aunque me lo pidieras. Jamás te hubiera dejado, ni desperdiciado cualquier oportunidad de estar contigo. Pero no, fue aquel infame, el que me quitó las sensaciones, se quedó con ellas y las tiró lejos de sí, pero muy dentro del basurero de su vida.

jueves, 6 de mayo de 2010

Llega la calurosa primavera

Y a veces llegan las ideas. La mano que lo ahoga todo ha tenido algunas, las ha colocado en comentarios, pero ha decidido rescatarlas y pegarlas acá.
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Himen, lumen, papel tapiz y las supuestas estrellas que son cuerpos celestes y que caprichosamente nos iluminan el camino cuando uno mal que bien de ellas se acuerda.
Los neones turbios aconsejan quedarse un rato más para ver que pasa en el inmerecido tálamo doliente.
¿Unos besos?
¿La primavera?
O el regocijo de saber que puede alguien más, suspirar estos
despojos.




La luna la van llenando todos
y de a poco se vacía,
porque se cansa de cargar tanto gorro.

martes, 30 de marzo de 2010

La primavera y sus calores (y sus ciclos.)

Los árboles han vuelto con esta primavera. Han vuelto y dudan; han vuelto y juegan un poco con los extraños cambios climáticos. Esto vino de un Aguacate contento.

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H

- ¿No tomas drogas?

- No

- ¿Entonces?

- Soy chica buena – dijo Rebeca mientras apagaba el cigarro contra el cenicero del hotel- ¿Y tú?

Beltrán la miró a los ojos, alzó la mano y acarició el mechón más lizo de entre sus cabellos.

- Me gusta ir a bailar. ¿A ti no?

- Sólo si me llevan a un buen lugar – acarició sus piernas y se detuvo en sus rodillas para mirarlas. Eran redondas como las de ella, pero mucho más fuertes. Mordió una.

- ¿Sabes que eso duele? ¿Qué harías si yo te soltara un golpe? – dijo dando un suave tirón en el cabello.

- Todo depende de en donde – se levantó de la cama y se metió en el baño.

Desde allí, se oía el correr del agua, los gatos de la calle, los cláxones de los autobuses, los gritos suplicantes de violencia, una que otra membrana desgarrándose. Salió. Beltrán yacía hecho nudo con los ojos cerrados.

- Estaba soñando contigo. Te caías de un quinto piso; corría para tenerte entre mis brazos, pero ya no estabas allí. Nunca habías estado.

Rebeca se sentó junto a él y le acarició la cabeza. Su cabello era más suave al tacto de lo que había pensado; no lacio, no rizado: crespo y libre, más libre que su dueño. Le besó la frente; se recostó junto a él y se dejó abrazar.

- No sería tan malo quedarnos así toda la noche. Sería un tierno gesto dejarnos querer, sin más, por un rato – lo miró a los ojos.

- Sabes que pasará mucho tiempo antes de volver a vernos; sabes que nuestras vidas son complicadas y separadas; sabes que siempre tenemos quien nos espere en casa; sin embargo tú sabrás qué es lo que quieres de mí esta noche.

Rebeca le besó la boca con furia, con vergüenza por haber dejado al descubierto sus sentimientos tan fácilmente. Se reprochaba mientras le acariciaba los dientes; se castigaba mientras olía sus manos; le lastimaba y no decía nada. No diría más nada.

Beltrán se apartó de ella sin dejar de tocarle el muslo, tenso, suave, propio; conocido sólo por los anhelos, por el tiempo tan olvidado en que había decidido alejarse y no hacer más llamadas. Miraba su mano sobre el muslo, ahora relajado, le parecía ajena y, más cercano para sí, donde se hallaba posada. La tocó más allá.

Ella lo miró y atrajo hacia su cuerpo, que era completamente suyo, que elegía compartir con gusto, que no dolía más y que aceptaba todo. Su cuerpo sonreía con ella por las complicaciones abandonadas y por lo perfectos que eran los dos juntos, en ese Ahora escurridizo y pleno.

- ¿Te ríes de mí?

Rebeca se incorporó para verlo todo y dejar que sus pestañas le hicieran sombra; negó con la cabeza y siguió sonriendo.

- No, no me río de ti. – cerró los ojos y lo vio dentro de ella, conversando en un sala, cenando quizá pistaches con guayabas, ¿o eran aceitunas? Más salado que dulce, con helado de fresa que le refrescó todo el pecho y con olor a menta. Tuvo frío y se cobijó en sus brazos; tuvo sed y chupo sus ojos. Los reventó y al ver sus cuencas rojas, miró el albor de entre las cortinas semiabiertas de la ventana. Beltrán yacía junto a ella, con la consciencia totalmente tranquila. Se despertó del todo y miró los techos con sus rincones.

- Temo que no nos veamos más. – Beltrán entornó los ojos para ver mejor la reacción de Rebeca en la semioscuridad.

Rebeca, con asomo de sonrisa en sus labios, se dejó caer sobre él y le acarició los muslos.

- ¿Por qué lo dices? – hizo movimiento de pasos con sus dedos índice y medio sobre el cuerpo de Beltrán, hasta llegar a su barbilla y posó su mano sobre ésta – ¿No te das cuenta… - le dijo en voz muy queda - …de la perfección de nuestros trazos? – pensó lo último. Lo besó y se incorporó para vestirse.

Beltrán la miró lenta, se desperezó y fue a abrazarla.

- ¿Es que siempre lo ves todo así? Yo trataba de decirte, de pedirte, de preguntarte si nos volveremos a ver.

Ella lo abrazó.

- Olemos – Lo soltó y se desnudó de nuevo; le tomó la mano y se le acercó lo más posible, hasta casi volver a ser uno solo. – Nunca se sabe, me dijiste alguna vez. – Dio media vuelta y se metió a la ducha.

Beltrán la siguió.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Próximamente...

Aguacate ha crecido tanto, mide ya más de dos metros; le ha caído su primera helada sin protección plástica y no se ha quemado por el hielo. Por eso, por orgullo y por enojo del espantoso frío que ha- y seguirá- sufriendo, ha logrado sacar un nuevo texto. Hélo aquí:
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Navidades.

¿Qué es, qué será, qué es aquello que sucederá?
No tienes idea de si vendrá y, sin embargo, sigues en tu ciego empeño de envolver, año con año, regalo tras regalo, con la esperanza de que llegue y los abra y te muestre todas las, que tú piensas que mereces, infinitas gratitudes. ¿Será que algún día llegará? ¿Será que un buen año se acuerde de ti y regrese?
¿Será que lo mereces?
¿Cuántos días de su vida lo hiciste feliz? ¿Cuántas veces lo dejaste sin humillación frente a sus amigos? ¿Cuántas mañanas no exigías tú el beso, so pena de un buen pellizco? ¿Cuántos domingos no lo mantuviste cautivo con cualquier pretexto?
Pero sigues allí, tan empeñada en contestar el teléfono; en servir siempre un plato los domingos por si viene; en ponerte en contacto con quienes piensas, pueden darte alguna información. Y te miro, porque es lo único que puedo hacer, envolviendo suéteres, calcetines, relojes: Reenvolviendo todo lo que él no ha venido a recoger y que quizás jamás recoja o que tal vez, cuando mueras, pase por ellos y los venda o tire, pero jamás regale, porque sabe bien que un regalo no es soborno, sino muestra sincera de cariño y no se atrevería a dar a nadie lo que han manoseado tus manos. Ojalá te sobreviva para poder ver ese momento.
Lo que no entiendo es cómo no sabes que él no volverá contigo; que rehúye de tu amor con razón, que descubrió que tus juegos no lo eran y que escapó de ti en cuanto vio la oportunidad.
¿No recuerdas ya los baños, las friegas, las tardes de ropa floja y cama?
Me asombra ver la tranquilidad tuya para envolver regalos, cuando yo aún puedo ver ante mí aquella mañana cálida en la que él te dijo lo incómodo que se sentía y, sobretodo, lo avergonzado que estaba por haber aceptado durante tanto tiempo esos juegos contigo y que se iba. Entonces tú, enloquecida, lo amenazaste con un cuchillo y luego le ofreciste tu cuerpo. Qué gusto me dio ver cómo te rechazaba; cómo te daba la espalda, se acercaba a mí, tomando mi inútil mano, la besaba y desaparecía por la puerta, mientras gritabas, escupiendo miedo y rabia, que no te dejara, que se arrepentiría el resto de su vida por haber abandonado a su madre en compañía de este viejo, tullido e inmóvil que fue tu padre.

lunes, 27 de julio de 2009

El verano

Aguacate ha hecho un esfuerzo (no crean que no ha pensado en sus lectores, pero ha estado un poco ocupado, creciendo) y ha recordado su desarrollo de un hueso a un árbol de más de dos metros; por eso ha podido escribir algo que aquí es presentado.
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Las rayas de la carretera
Como siempre, un viaje cualquiera placentero, acomodado lo más posible en los rincones de la madre, con el padre a la cabeza guiando el pequeño rebaño. ¿A dónde van, pasados años, peleas y gramos?
Cabras, burros, vacas, rocas y mezquites. Los paisajes pocas veces cambian. ¿Qué fue de aquélla que hacía los mismos viajes? ¿En qué momento dejó de hacerlos para verse transformada en cualquier otra cosa que no Ella?
Mira por la ventanilla, preocupada por el pavimento mojado y las yerbas sueltas; prevé el momento del impacto, los huesos rotos y los ojos hasta el parabrisas. No es el momento de pensar en el desastre.
Las nubes en sus cúmulos violáceos y, más allá, donde escampa, un arcoiris largo como seda.
Luces intermitentes. Algo podría estar pasando allá adelante, dice, parece que nadie la escucha.
Ella, inquieta. Tantas horas de camino recorridas; tantas horas de camino que le esperan. Lo que más le incomoda es no poder bajar las piernas. Si tan sólo le dejaran un pequeño espacio para eso. Se engaña, bien sabe que el peso de las grandes bolsas de mandado le aplastarían los tobillos, o acaso los nopales de la reja la espinaran, o bien las tunas recién compradas. Mejor las piernas sobre el asiento que bien sabe que es todo suyo. Dormir ni pensarlo, mejor distraerse con lo que tiene a la mano: Cabras, burros, vacas, rocas y mezquites. La amplitud de su lancha del 70 le da calor, sueño y algo de vómito. La lluvia la refresca; cierra las ventanillas. ¡Un arcoiris!
El auto se detiene; los frenos responden bien. Prenden las intermitentes como los demás. Seguro hubo un choque, dice, el padre y la madre asienten. De tres carriles se hace uno; los autos avanzan, algunos dan el paso mientras otros se dan el paso. Es el turno de ellos. A la derecha una fila de autos, no sin otra forma que la de acordeones; entre ellos, no menos acordeonado, se encuentra un Volkswagen Sedan con un pasajero femenino de piel verdácea.
La escena le parece familiar. El auto continúa su trayecto.
Ella queda asombrada con la ilusión óptica del arcoiris. Tan largo, tan perfecto y mágico. ¿Cómo puede desaparecer ante los ojos de quien lo contempla? La lancha del 70 baja la velocidad; los carros están detenidos. La madre saca el brazo con una jerga roja en señal de alerta. Ella pregunta qué pasa; el padre le contesta no saber. Se hace una sola fila; la lancha del 70 se queda entre un tráiler y una Caribe. Todos avanzan a paso lento y constante. A la derecha yacen varios carros bastante deshechos, uno llama la atención: Un Volkswagen Sedan con una mujer adentro, recargada sobre el asiento del conductor, con un brazo de fuera. Parece una muñeca. Ella mira. Le llama la atención el verdor de su piel.
El tránsito se libera y la lancha del 70 acelera hasta alcanzar a los demás coches. Uno de entre todos destaca bastante; es moderno y equipado. El padre alardea de poder rebasarlo con su lancha del 70, pisa el acelerador y llega a éste.
El auto es alcanzado por un anacrónico y gigantesco carro. El padre apenas si lo nota; la madre está dormida. Sólo alguien le pone atención. Mira al interior. Allí está Ella, tan ella como siempre, como la recordaba: igual. ¡Miren!, dice, mas al voltear, el carro se desvanece como un arcoiris ya sin lluvia. El padre y la madre no ven nada y continúan sobre la raya de la carretera. Ella se asoma al interior del auto, queda sorprendida, llora un poco y luego simplemente sonríe. Saluda con la mano a la muchacha del auto moderno. ¿A quién saludas? A la del auto. Ah, bueno. Y ella sólo calla y se observa a sí misma.

lunes, 20 de julio de 2009

No abandonamos...

nomás no tenemos cabeza de repente para escribir cosas.
Lo sentimos mucho.

Prometemos esforzarnos un poquitito.

Atentamente:
Aguacate & ¿Mandarina?

martes, 17 de febrero de 2009

CONVOCATORIA

A los tres o cuatro lectores de este espacio.
¿Cuál sería la mejor respuesta para la carta de Elena? Mandarina se lo pregunta y le gustaría saber sus propuestas. ¡Anímense y mándelas a!

Amor, dijo el clavel...

He aquí la segunda parte de esta Saga amorosa que Mandarina ha tenido a bien en escribir para conmemorar este día del amor y la amistad pasado, y como pasado está, sería mejor decir que se conmemora el día del desamor...
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Elena:

Ya leí tu carta, está muy bonita. No sé por qué dices esas cosas de mí, si yo a ti te quise mucho. Lo que pasó tenía que pasar algún día. Lo nuestro no era para siempre, pensé que eso había quedado claro. Sabías que tenía esposa y eso no te pareció importar, al contrario, parecías contenta. Yo también lo estaba, porque los momentos que pasamos juntos fueron bien intensos; no sabíamos si tendríamos la oportunidad de volver a encontrarnos y entonces nos amábamos mucho en esas horas.
Después no sé que te pasó. Como si antes nos hubiéramos visto a diario. Pasabas a buscarme hasta mi trabajo y me llevabas cosas. Las primeras veces fueron bonitas, pero después te dio por irme a visitar casi siempre y todos se daban cuenta y para colmo, un primo de mi esposa nos vio una vez y por ese descuido mi matrimonio casi se fue a la deriva. No te voy a decir cómo reaccionó mi esposa, pero sí notaste el cambio entre nosotros, ¿no? Supe entonces que tú y yo deberíamos terminar con nuestra relación.
Pensé que lo habías entendido cuando te pedí que hablaras con mi esposa y le explicaras que éramos amigos por una prima tuya a la que luego le compro lociones. Pero tú insististe en que debíamos seguirnos viendo, que mi esposa te había creído y que todo estaba solucionado.
Fuiste con más frecuencia a mi trabajo y cada vez más provocativa. Ya hasta mi jefe se estaba dando cuenta y por eso casi me corren.
Sé que entre tú y yo hubo cositas muy buenas, pero, como te dije ese día a la entrada mi trabajo: Y no soy el hombre que necesitas, ni me amas, sólo te aferras a ese sentimiento que tú dices que es Amor. Yo no creo que lo sea.
No quiero que parezcca que te insulto, pero parece que estás obsesionada conmigo. Dile a tu prima, ella te puede ayudar a buscar ayuda y por favor, olvídate de mí; porque si nos volvemos a ver tan siquiera una vez más, mi matrimonio puede peligrar, ya que ahora sí ya me voy a casar por todas las leyes.
Lamento haberte hecho el daño que dices que te hice, no fue intencional. Gracias por tu perdón y por tus bendiciones, aunque ya sabes que yo soy un buen católico y no me gustan las otras sectas.

Manuel.

martes, 10 de febrero de 2009

Amor, dijo la rosa...

Se acerca el día del amor y la amistad y para conmemorar, Mandarina ha recordado una bella historia y la ha transcrito a modo de epístola en dos entregas. Esperamos que las disfruten...

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Manuel:


Que la Palabra te guíe, lo digo de todo corazón, que no te pase nada malo nunca y que tengas a alguien que te quiera hasta más que yo, que te sea fiel y que nunca quiera irse de tu lado. Ojalá que cuando leas estas palabras te alegres y te acuerdes de mí y no te rías más, como la vez que te vi con tus amigos y nomás me miraban. ¿Traía yo puntitos en la cara o mi falda levantada? Yo ese día que te iba a ver tan ilusionada de que sí quería que volvieras conmigo y luego te veo con tus amigos, tan contento. Me dio mucho coraje. Me trataste como vil desconocida. Toda la tarde estuve llorando por ti y por reírte de mí. Me dio mucha vergüenza. Y por eso espero que, al leer esta carta, te acuerdes bien de mí; de cuando caminábamos juntos de la mano y nada más nos importaba; de cuando pasaba por ti al trabajo y no me ponía brasier; de cuando le mentí a tu esposa para que no sospechara nada. Tantas cosas y luego me pagaste como me pagaste. Se acabó lo bonito. Nada más te iba a buscar y tú te ponías paranoico conmigo; que si qué hacía allí, que si estaba loca.
No sé que mosca te picó, si yo nada más hacía lo que a ti te gustaba tanto; como la otra vez que te fui a visitar con falda. No sé que pensabas que te iba a hacer; yo que te pasaba a saludar tan arreglada sólo para ti, ni que qué, ni que te fuera a besar allí enfrente de tus compañeros, allí tan descubierta yo. ¿Y luego? ¿Qué creías que iban a pensar de mí? Yo no soy así. Ya sé que me conociste en una fiesta con muchos amigos, pero esa vez, te juro que me obligaron; yo ni quería ir.
Pero bueno, para qué lamentarse de los malos actos. Yo nunca fui una de esas, aunque como si lo hubiera sido, porque me juntaba con esas amistades. Pero ahora ya no las frecuento más y me he acercado a la Palabra y Ella me ha aliviado los males, hasta los que tú me causaste.
Ya sé que dices que entre tú y yo no había nada más que una aventura, pero no fue así. Tú fuiste lo más intensísimo que he tenido y viví contigo los momentos más bellos de mi vida. Ya he olvidado las ofensas que me hiciste, ya mi alma está entregada a la Palabra. Diario hago una oración por tu alma pecadora, para que algún día tengas luz y fe y ya no rehuyas más, porque yo no lo hago. Te he perdonado, Manuel.
Elena

martes, 25 de noviembre de 2008

Una de víboras

Aguacate se ha puesto a pensar mucho en la naturaleza que le rodea y en la naturaleza que podría rodearlo. Sí. Aguacate ha escrito sobre esto...finalmente...
¡Disfrútenlo! o júzguenlo.
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Tarde letargo.

Siempre quiero encontrar cosas nuevas, mas no las hallo. Vanas esperanzas las mías.
“¿Quién soy, quién soy?”
Siempre que encuentro la tierra apelmazada por el sol y a las piedras que la hacen aún más impenetrable, tengo ganas de sentir el frío y rasco un para echarme en ella. Al poco tiempo, alguien llega y me levanta de mi sitio; también le entran ganas de sentir el frío. Me regaña.
“¿Dónde estoy, dónde estoy?”
Le miro indiferente y me muevo con cuidado de no quemarme con el resto de las piedras, las cuales han sido casi abrasadas por el sol durante el día. Tengo sed. El agua debe estar en donde la dejé. Camino y la veo allí, tan poco refrescante y tibia. No hay de otra (agua) y resuelvo tomarla sin prisa. Llevo poco tiempo ahí, cuando alguien más me apresura: que el agua es para todos, que no debo ser egoísta y consumirla toda. Esta vez hago como que no escucho y sigo bebiendo, pero a mi pesar, me vuelve a insistir; escucho una patada de impaciencia contra el suelo. Engaño a mi mente con que ya he saciado la sed y me retiro.
“¿De qué estoy hecho, de qué lo estoy?”
Camino con dificultad por la calle; el sol quema mis ojos; el calor agobia mis cabellos. Tengo una misión importante; si no la cumplo, no habrá alimento: Debo ir al serpentario del Rancho para tomar media docena de víboras y llevarlas vivas a casa; las serpientes conservan de ese modo sus jugos y sabor.
Tengo miedo y pereza, sobretodo pereza. ¿Por qué mejor no prefieren mosquitos y libélulas? Así de menos, habría que ir hacia la presa, donde hay oportunidad refrescarse, pero no, el menú de hoy será forzosamente de víboras y serpientes y, si son venenosas, mejor. Si acaso me hubiera inventado una ocupación en casa…
“¿Quiénes son ellos, ellos?”
Entro al serpentario silencioso. Doy pasos largos, pesados, suaves. Muevo la cabeza al encargado en señal de saludo. Me detengo a pleno sol. Oteo el campo, las rocas y el chaparro seco; analizo las mejores posibilidades para encontrar víboras. Una roca larga y plana con una saliente: si fuera montaña, tendría una vertiginosa barranca. La alzo: Encuentro allí tres pequeñas serpientes enroscadas. ¿A poco conviven así de cerca? Son aún jóvenes. Las dejo. De pronto, escucho tras de mí una cascabel alerta. Volteo y allí está, una gran víbora con cabeza de triángulo, amenazante, molesta, quizás, por haber molestado a las crías. ¿Eran suyas? No podía ser, las pequeñas no eran de su especie.
“¿Para qué hago esto, para qué lo hago?”
Lanza su primer ataque, el que esquivo, y con mi vara logro alejarla de mí y controlar su cabeza. Recuerdo la primera vez que lo hice, me emocioné tanto, que la serpiente escapó. Esta vez, por supuesto, es diferente; mi experiencia y habilidad han sobrepasado mi edad y me aseguran tanto la supervivencia, como el éxito de la misión.
Tomo la cascabel de la cola y la meto en mi costal, lo cierro y aseguro. Sigo con la búsqueda.
Me asomo precavido al chaparro, allí debe haber otra. Miro, nada, vuelvo a mirar, nada. Pronto mi insistencia cobra frutos y encuentro allí un falso coralillo. Lo agarro con determinación de la cabeza y lo introduzco al costal, donde yace la cascabel.
Me enjugo el sudor con un paliacate y sigo buscando serpientes. Sé que no he de confiarme y debo estar atento, porque de un momento a otro, alguna víbora podría aparecer y hacerme pasar un mal rato.
“¿En dónde terminaré, en dónde terminaré?
Para la quinta, hago una pausa; encuentro el banco que el encargado presta y me siento, no en el sol, ni en la sombra, sino bajo un mezquite. Busco ¿y el encargado? Debe haber salido por un taco. Estoy cansado y también hambriento. Pienso: A una serpiente y no quiero terminar la misión. Recapacito: Sólo falta una y, de no llevarla, alguien en casa se quedará sin bocado, incluso yo; así, sin consideración y todo por mal hacer mi labor. A pesar de mi reconvención, me siento abatido; mi cuerpo no quiere moverse más. Caen mis brazos al suelo.
“¡Ay, qué espanto! No quiero más esto. ¿No quiero más esto?”
Negra renegrida asfixia con entumecimiento y sudor frío, zumbido, ardor y un piquete…
Mis brazos al suelo, la tierra arenosa, más suave que de costumbre, un surco. Me incorporo velozmente y miro debajo del banco. Otra cascabel en acto de enrollarse. Advierte mi presencia y se pone alerta; tira a morder. No le doy la espalda y alcanzo la vara, mientras ella hace por atacar. Inmovilizo su cabeza, pero una fuerza descomunal en ella, la libera del yugo. La víbora está resuelta a matarme; se eleva y abalanza violentamente contra mi pierna. Me defiendo, me ataca; me alejo, me sigue.
La serpiente queda inmóvil en el suelo, su cabeza deshecha. Un tronido. El encargado con un humeante rifle en los brazos.
Tomo a la serpiente muerta y la guardo en otro saco: el de las serpientes muertas. Tomo mis dos costales y le doy las gracias al encargado. Parto.
En casa me esperan con agua hirviendo y machetes para descabezar víboras. Les doy triunfante mi aún vivo motín y el saco con la infame que quiso asesinarme. Toman el costal que contiene las serpientes vivas con prudencia y empiezan a procesar su contenido. El otro, lo revisan y lo desechan. Me miran con desaprobación; no permiten que yo les explique cosa alguna. Callo y espero a que el caldo esté listo.
“No me gusta la víbora, ¿no me gusta la víbora?”

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Palabras

La mano que todo ahorca se ha ablandado esta vez. Ha escrito algo en colaboración de Mandarina. Gracias a ella, hay un muy bonito dibujo para esta entrada.
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"que me asusto como los
niños
que oyen hablar del
coco
y tienen miedo
de que a la sombra
lejos
del padre
una mano
ajena los rapte
y les quite para
siempre"

Para el gato