En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Al parecer este texto fue escrito por Aguacate, con ayuda de su viejo amigo Capulín

Aguacate pidió el turno para escribir esta ocasión, pero como no tenía muchas ideas, le pidió ayuda al viejo Capulín. Capulín es un experimentado árbol, siempre encargado de resistir heladas, proteger a los niños y dar pequeños trocitos de sabor. En este momento tiene la gran misión de ser guía y protector de Aguacate. Últimamente se le ha visto enfermo, no se sabe exactamente de qué. Se espera su pronta recuparación.
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El viejo
Quién sabe a qué mundo se referirá el viejo. Ya nadie se acuerda, ni le hace caso. Vendrá del sur o vendrá del norte. A veces les da la impresión de que ni él mismo lo sabe. Pero el viejo es listo. Sentado en el sillón de hace tantos años, su inteligencia ha quedado intacta con el tiempo. Recuerda cómo una vez destruyó algo hermoso y luego intentó repararlo:
El viejo no era viejo. Él siempre tan callado, incapaz de dejar que acaso alguna de sus pestañas expresase algo. Miraba de reojo las Siluetas, que paseaban a su alrededor, con un sabor en su lengua, ácido y a medio cocer. Su paladar se henchía de gusto por las sorpresas ofrecidas entre algunos mármoles. Las Siluetas seguían transitando, sin éxito para ellas, pues él seguía concentrado en la emergencia de su boca.
Algún ruido extraño llegó a sus oídos. Las Siluetas desaparecidas y las cortinas haciendo globos al compás de los vientos. Un perfume suplía ahora a las Siluetas; lo aspiró fuertemente: Casi tan bueno como los sabores remanentes. ¿Dónde estaban ellas? Movió los dedos ansiosamente; las buscaba; las necesitaba. No tenía control sobre sus dedos. Se mecían, se estiraban, se doblaban, se clavaban constantemente en la madera, el cartón, el suelo y todo refugio duro que apareciera en el espacio.
Las Siluetas volvieron sin dar tiempo a ninguna recuperación. Los dedos se engarruñaron abruptamente, sin poder volver a su posición original. Él volteó furioso. No podía permitir que se le viera tan contento, tan desinhibido y relajado. Quiso gritar, quiso golpear, huír. Infamia. Sus dedos se ablandaron y retrocedieron a la mano. Su boca se abrió y los dientes se salieron de su lugar, dispuestos a salir disparados hacia las Siluetas, los nuevos enemigos, pero él interrumpió el ataque. Mordió sus labios; los relajó. Las Siluetas se acercaron y dejaron caer su dulzor. Tibieza. Calidez. Calor.
Pero las Siluetas tomaron formas angulosas y perversas. Ansiaban tenerlo todo, para luego desecharlo de inmediato; ya usado; ya vacío. Él lo sabía, mas no se resistiría jamás, porque sus dedos eran los que controlaban todo. Voluntad dactilar. Los dedos, antes ansiosos, tenían momentos de gloria encarnada en violentos enjambres silentes. Ninguno de los tres entes arremolinados en cada uno decía nada.
Tormenta. Su voluntad se hizo presente. Mandó zarpazos a las contrincantes y a sus propios dedos; deseaba nunca haber tenido dedos, ni ojos, ni oídos, ni nariz.
Siluetas fermentadas, ágiles; tan impacientes que tomaban forma humana.
Dos pares de ojos vidriosos y rojos se encontraban más que atraídos. Reposaban los unos en los otros. Mezquindad. Acaso un trazo de tristeza dorada caía de ellos. No más. Los párpados cerrados. Qué mejor que alejarse de algo dejándolo de ver; sin embargo las presencias constantes mermaban las convicciones.
Párpados abiertos. Él. Ella.
El viejo se levanta. Mira por la ventana. Se sienta de nuevo en el sillón, víctima de sus dedos, víctima de las Siluetas, víctima de él mismo. ¿No era el viejo como ese sillón? Una cosa, un objeto que todos han de mover, pero algo tan acabado que ya nadie quiere usar. ¿Ella? Tampoco ella.
O quizás.

6 comentarios:

Silvana dijo...

usar. porque usar? porque Siluetas?

Aguacate y Mandarina dijo...

No usar. No Siluetas. No eres tú, no soy yo. Es solamente la tristeza que se encerraba en mí.
Te doy mis brazas, mi calor, mi vida.

Silvana dijo...

cambia los coloresss!!!!

Silvana dijo...

OHH QUEDÓ MUY BONITOOO!!!

[Harim] dijo...

¡poca madre!, no hay palabras, al leerlo podía imaginar claramente las imagenes en mi mente.
QUE CHINGON!

Agnes Seele dijo...

Por alguna razón, no he dejado de asociar el mutismo de la senectud con la precipitación de sombras largas. Tal vez, mariposas mortecinas.