En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Mandarina fue la autora esta ocasión.

Pensando un poco en sí misma y en otras tantas cosas, Mandarina pidió la revancha e intentó un pinino que espera que les guste.
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Quiebre
Cuelga el teléfono. Última llamada perturbadora. ¿Será posible? Se ha olvidado de cuánto y cómo. Ya no queda nada. Mejor desconecta el aparato y hace que sus vicios se refuercen. Los antiguos vicios, por supuesto, los que sólo ella poseía. El cable separado de la caja mágica y comunicadora. Ahora sólo tiene un juguete más, como cuando niña: ligero y mudo. No hay necesidad de que los demás se enteren de inmediato. ¿Alguien más sabía de su existencia? Responsabilidad de dos, promesa de dos. Nunca hubo juicio, ni testigos; nunca hubo viento al cual gritarle lo que hacían.
Se hizo el vacío. Chupada, revuelta, encogida, absorta. Sin cortinas, sin cuadros, sin muebles, sin oyentes. Las ondas se perdían sin chocar con nada. Si la última vez no hubiera sido tan simple. Los mecanismos siempre ágiles, las miradas torvas, las jugadas. Igualdad jamás. Siempre había un ganador y un perdedor impertinente que osaba pedir una revancha. Casi siempre era concedida, para luego perder sin compasión. Reflejos solamente. Pero la insistencia no se desvanecía.
Cerró los ojos un momento y sintió cómo todo a su alrededor la mecía; las paredes trataban de consolarla y la animaban para que no se diera por vencida. La incitaban a otra persecución tormentosa en la que, muy probablemente, tampoco tendría victoria. ¿Era el desprecio su móvil más profundo?
El teléfono latigaba sus corvas; pedía ser conectado. ¿Otra llamada acaso? Furtiva y breve, para pedir perdón o permiso. ¿Y si no era buen día? Olvidaba todo tan rápido siempre. Desde la primera hasta la última vez. Su liga al presente era lo que la mantenía viva. El pasado, borroso e insignificante, no le tenía reservada ninguna sorpresa. El futuro, en cambio, poco podía hacer por ella. Necesitaba, más que nunca, porque era ahora. Ahora recuerda, ahora viene, ahora cambia, ahora interviene y quiere actuar ahora. No flotar, no caminar, no yacer, actuar. ¿Podría lograrlo?
Conectó el teléfono de vuelta. Esperó tal vez tres segundos para marcar. Los sonidos nunca cotidianos ametrallaban sus oídos; la respiración contenida. Una voz: su voz.

Él en reclamos de ella. Él separado de sí mismo para poder controlarlo todo. Él, sin éxito, sucumbió a los designios más estúpidos de la especie. Nunca lograba autenticidad en lo que hacía, menos en lo que decía. Esta vez sí sería la última. Esta vez no habría marcha atrás. Porque había aplazado demasiado, había caminado hasta el cansancio, había gastado saliva y seducción en una roca. Así parecía, una roca bien tallada, incapaz de mostrarse tal cual era, sin reservas. Pura apariencia y nada más. ¿Quién dijera que debajo de tanta luz prístina pudiera haber no más que torpezas y tosquedades? Jamás una sorpresa o alguna muestra efusiva. Como si eso fuera causa de quebrantamiento de personalidad. Jamás cedió; jamás cedería.
En sus recuerdos no quedará nada. Algunos chistes, algunos movimientos adecuados, un poco de tiempo rellenado con más tiempo. El presente era idiota y el futuro luminoso.
El teléfono al fin estaba callado. Se podía oír el crujir de sus zapatos y los malestares de su estómago. Ahora tenía la libertad de prestar atención hasta de lo más mínimo sin ser interrumpido. La simplicidad que siempre había anhelado estaba tomando posesión de su mente. Sin molestias. Se estiró, se levantó y se alejó. No quería estar viendo ese aparato todo el tiempo. Ya no más.
El teléfono sonó. Dudó en contestar, mas sólo llevaba unos cuantos pasos con destino fijo. Regresó y contestó. Sollozos: sus sollozos.

El mismo cuarto. Nuevo cuarto. Peticiones sobre las sábanas bien estiradas. Rodillas y codos. Uñas rotas y ojos planos. Si la puerta fuera abierta en ese momento, no habría mucho que ver. Dos seres reproduciendo con sus físicos lo que se les habían dicho que se debía hacer, sin otra palabra para describirlo que rutina. A pesar de sus dotes, a pesar de sus exquisiteces, a pesar de tener la envidia de muchos, sus cuerpos sólo chocaban en rechinidos sordos, casi risibles, como pedazos de pollo crudo.
¿Qué los tenía en esa constante lucha? Ni obligación, ni placer, ni venganza. Dos solitarios que cruzaron camino y no encontraron otra cosa mejor que hacer que verse de vez en cuando para una charla sosa y una distracción repetitiva. Ni uno ni otro estaba contento. El hilo era más resistente que sus emociones calladas a fuerza de educación de muchos años. Piedras apiladas y embonadas con esmero. Así les enseñaron a actuar. No tenían por qué faltar a la regla. Era tan normal. Era tan tranquilo. Era lo mejor.
Estaban ahí nuevamente. Tras muchas promesas y pocas expectativas de parte de él: El movimiento constante, su latido, su desfogue sin sorpresas.
Ella insistió, así que tendría que empezar el juego. Sentados en pasmo. Se acercó a él y tocó su hombro, recorrió su brazo y llegó a sus dedos. Los lamió, los succionó, los mordió. Manipuló su cuerpo con la mano prestada. Él quedó frío de momento. Jamás había sentido intención alguna en ella. Un calor que arrebató su cabeza hizo que se convirtiera en monstruo, tan ávido y vigoroso. Ella lo paró en seco. Se alejó de él; se notaba un rictus en sus labios. Contención:
La probabilidad del deseo y la pasión consumados. Una imaginación caminante que no daría pie a ningún tipo de paz mental. Obsesión e ideas repentinas jamás concretadas en acciones. El mejor y más amargo recuerdo para ambos.

3 comentarios:

Chiclocentro dijo...

me gusta lo de los trozos de pollo crudo.
me gustó mucho. muy crudo y desolador

Agnes Seele dijo...

Caray mujer! Despertaste ternuras acérrimas con esta narración! Ningún tipo de paz mental... mi obsesión... Me ha gustado mucho.

Agnes Seele dijo...

Digamos que es dolor de articulación en tarde inusualmente húmeda. Digamos que su voz quemaba dura y que mi voz fue quemadura. Digamos que aprendí sólo con dureza que no me gusta perder aunque sepa que mi apuesta está perdida aún antes de haberla hecho.