En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

viernes, 23 de mayo de 2008

El juego de la Maraña

¿Quién lo ha jugado alguna vez? Sé que algunos de los pocos lectores de este espacio lo han hecho. He aquí una muestra de lo peligroso que puede ser adentrarse en ella, o en muchas de ellas. Aguacate, con agrio humor, ha sido el autor de este texto.
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Marañas
-- ¡Vamos a jugar a las marañas! – dijo Perla un largo día de verano—Anda ¿Sí?
-- Mejor juega a los muertos o a las canicas de lodo.
-- ¡No! Yo quiero jugar a las marañas contigo, ahorita que no hay nadie más –miró a Gilberto con ojos bien abiertos y los labios rosas con aliento entrecortado.
-- Bueno, vamos a jugar, ¿cómo dices que es ese juego?
Gilberto se levantó de su mecedora y se dejó conducir por Perla. La miraba como si no la hubiera visto en años, muchos años. Tan blanca, tan sonriente, tan viva y tan pequeña, sin embargo.
Llegaron al cuarto de Perla; se sentaron en el suelo. Ella tomó la mano de Gilberto y la puso en su cabello. Sus dedos empezaron a amasar los negros y abundantes rizos que contenía esa cabecita. Se detuvo un momento.
-- ¿Esto es jugar a las marañas?
-- Sí – dijo Perla—pero síguelo haciendo, para que juegues bien.
-- Entonces, ¿quieres que juegue bien? ¿Cómo es eso?
-- Pues es fácil; sigue así hasta que yo diga ya—Perla metió la mano de Gilberto, de manera que las yemas tocaran muy bien el cuero cabelludo y bajó la cabeza.
Gilberto se acomodó y le rascó suavemente la cabeza. Perla entrecerró los ojos, cabeceó y se quedó profundamente dormida en su regazo. Intentó acomodarla para que estuviera más cómoda su, mas, cuando quiso sacar la mano de su cabello, no pudo hacerlo. Sintió un ligero hormigueo en sus dedos y después ardor. Su mano había sido engullida tan tiernamente, que no había notado que llevaba ya dos falanges de cada dedo dentro de la cabeza de Perla.
-- Niña perversa, --dijo Gilberto-- por eso querías jugar en este momento, mientras no hay nadie.
Debía salirse lo antes posible de la situación. Jaló su mano; la cabeza la retenía con fuerza. Movió sus dedos; el hormigueo los mantenía adormecidos. Empujó la cabeza; su brazo parecía más elástico y la cabeza permanecía en su sitio.
No sabía qué hacer; temía que alguien llegara y lo encontrara en tal embarazoso momento. Quiso despertar a Perla. Le mordió, le arañó, le tapó la nariz incluso. Ella solamente suspiraba. Su blanca piel, a salvo de enrojecimientos o amoratamientos. Ahora quería más ayuda que nunca. La tarde parecía eterna y nadie daba muestras de vida. ¿Pasos? Los del perro. ¿Una puerta? Sólo el viento. ¿Gritos? Los pasillos.
A lo largo y ancho de esa casa de verano, no se encontraba otro adulto, más que él y no se mostraba otro niño, más que ella.
Sintió su mano entera absorbida por la cabeza de Perla. Sudó frío. ¿Se lo comería vivo?
Se detuvo: La cabeza dejó de traer la mano para sí e hizo movimientos parecidos, acaso a la masticación, acaso a los latidos. Gilberto tuvo alivio; entre espasmo y espasmo se abría espacio y él podía mover los dedos y quitarse un poco del hormigueo que padecía. Entre más movía los dedos, más violentos eran los espasmos. Probablemente en uno de ellos, él podría quedar liberado, pensó.
Uno, dos, tres: hizo el intento; quedó atorado por su pulgar. Uno, dos, tres: en vez de ir la mano hacia fuera, se internó más en la cabeza. Uno, dos, tres: Perla despertó.
-- ¡Ya! – dijo--. Ya acabó el juego. ¡Ganaste! Lo hiciste muy bien.
La mano fue expulsada por su cabeza. Gilberto tomó su muñeca a modo de protegerla y miró a la niña con asombro. Perla le sonrió; se levantó y salió corriendo. Sonoras carcajadas resonaron por toda la casa.
Se quedó sentado mirando su mano exhausta. No supo cuánto tiempo transcurrió. Oyó pesados pasos.
-- ¿Otra vez allí dentro? – dijo una mujer que reconoció como su madre. —Sabes que es muy delicado que entres a ese cuarto; tu padre se molestará. Ya sabes lo que dice, que no debes molestar muertos y menos niños muertos. ¡Sal de ahí!
Gilberto reaccionó. ¿Qué le había dicho esa mujer? Sí, Perla y él habían estado jugando toda la tarde. ¿Cuáles muertos? Alzó la vista y vio un pequeño altar. En él había una veladora y la foto de una niña risueña, blanca y con una cabellera abrumadoramente abundante. Perla. ¿Su hermanita? Claro. Ella se llamaba así.

2 comentarios:

Agnes Seele dijo...

Quizás con el tiempo pueda tener los ojos de un niño y participar del incomprensible mundo de los muertos vivientes. Hasta ahora, prefiero el mundo de lo posible que se vuelve narración de niña de abrumadores rizos.

Anónimo dijo...

Interesante, bien armado. Sigue escribiendo, te leere en el momento que pueda. ¿Has intentado hacer una historia paranormal con la trama "vidas cruzadas"? Tal vez te guste... saludos