En un mundo de fallas y aventuras secuestradas, se encuentran dos pequeños héroes que pondrán el ejemplo con sus divertidas vivencias, acompañados de amigos muy diferentes.

miércoles, 23 de enero de 2008

La mano perturbadora

La mano terrible y perturbadora aparece y desaparece. Dejó botado un texto que nos vimos forzados a publicar, de lo contrario... la mano nos quitaría este espacio y estaríamos aún más refundidos de lo que estamos ya. Digamos que nos resguardamos del invierno bajo su malvado manto, nos quejamos, pero no hay de otra. He aquí el texto de la mano perturbadora.
Atentamente Aguacate y Mandarina.
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Cerca
Parece que fue apenas ayer cuando se fue caminando hacia la avenida en busca de la que decía, era su reforma y nada, que no aparece ni en su casa, ni en mi casa, ni en puente, ni en riachuelo alguno. Ya me van diciendo que se escapó con el tipo ese, pero lo dudo. Ella sólo quería quedar bien, después de haberle hecho tantas maldades, ella sólo quería dejar las cosas en calma, para poder ir con aquel muchacho que tanto quería. Por eso estoy casi segura de que ella no se ha escapado con ese tal...Raúl, creo que se llama. Sólo quería hacer la buena acción. Ojalá no le haya pasado nada por causa de ese fulano. Es un zángano, ¿sabe? Se las da de muy independiente y no sabe lavar ni un plato; todavía es un hijo de mami. No que mi niña, ¡nada de eso! Se la pasaba, eso sí, por ahí con sus amigos, pero ella lo hacía todo solita desde los doce, yo namás le echaba un ojo de vez en cuando, para que no se lastimara y ya después, cuando salía, para que no se fuera con cualquier pelafustán de la cuadra o de la escuela, daba lo mismo, aunque casi ni le interesaban de verdad. Yo veía cómo al final siempre se quedaba sola, contenta, pero solita y era entonces que yo le hacía compañía. Le hacía su café y nos sentábamos a platicar. Sabe, me contaba todo todo y yo escuchaba y no entendía nada. Veía cómo se iba poniendo guapa mi muchacha, cómo su cabello brillaba y sus dientes eran blancos y derechitos derechitos. Y entre más me contaba sus historias, más me interesaba en ella; quería consolarla, quería alejarla de quien le hiciera daño, quería darle todo, pero, como yo no tenía nada o, a saber, pues poco, le di mi más puro afecto. Primero le tomaba la mano y se la acariciaba para que se destensara de esos hombres que la molestaban y ya luego le daba un masaje en su espalda porque para que se relajara de tanto estar sentada en las clases. Un día me llegó llorando y se metió corriendo al cuarto, no me quiso hablar, ni quería abrir la puerta; ya pude convencerla de que me abriera y la miré: tenía los ojos más tristes y más bonitos que yo hubiera visto y su naricita roja y delgadita y su boquita suave y carnosa. Fui a abrazarla, pero su cara se metió en mi camino y la besé. Ella parecía confundida, pero no me dijo nada y nos acostamos calientitas en la cama. Le quité su ropita y estaba tan tiernecita que quise sentir bien cómo era eso y me quité la ropa y ya, cosa tan bonita. Luego todo parecía como una lucha. La verdad no sabía bien que era lo que estaba pasando, pero ella se puso roja roja y yo empecé a sudar y las dos estábamos bien felices. ¡Yo no sabía que se podían sentir esas cosas! Ya después nos quedamos dormidas, bien cerquita para que no nos diera frío. ¡Qué rico olía su cabello! Cuando me desperté, ella salía del baño, me dijo que le había venido a hablar no se qué muchacho y que al rato me veía. Se acercó y me dio un beso. Me sentía alegre porque ni Helenita me quería mucho y le prometí que le haría algo rico de comer... Ya luego que llegó me dijo que se había contentado con el muchacho, ¡no con Raúl! ¡Con otro! Pero que antes de volver a hacer loqueras, iba a ver a su amigo ese, para que ya no la estuviera molestando más. Un día de esos se arregló y se fue mi Helenita. Ya no la volví a ver ... pensé que se había ido por mi culpa, por haberla querido tanto. ¡Ay que triste me puse!...

lunes, 7 de enero de 2008

Aún nada


Estos árboles, estos secuestradores, todos están de flojos, de blandos, de blancos, de vacíos, de hueros. Estos escritores, todos míos, estás callados, sofocados. ¿Cuál es la mano que aprieta sus espíritus aventureros? Esa mano que aprisiona quiere aventurarse también, mano malquerida que quiere a todos, mano que se clava a sí misma las uñas, mano que traiciona y se esconde.

¡Mano maldita!

Esta mano, muy probablemente, se dedique a escribir aquí de vez en cuando.